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Augusto Olivares:
Morir en La Monedapor Manuel Cabieses Donoso(*)
Nombre
Augusto Olivares BecerraLugar y fecha de nacimiento
Punta Arenas, 27 de junio de 1930Especialidad
Redactor, columnista y comentarista de radio y televisión.Lugar y fecha de muerte
La Moneda, 11 de septiembre de 1973Actividades
Muy joven comenzó como locutor de radio. Se inició como reportero en La Tercera, fue columnista de Las Noticias de Ultima Hora y Clarín, director de TVN, consejero del Colegio de Periodistas y docente en la Chile en los '60. Hijo de Tomás Olivares, mayor de Ejército en retiro, y de Julia Becerra Carrasco, tuvo cuatro hermanos: Rene, también periodista, Graciela, Estela y María Eugenia.
Un pequeño grupo de civiles mal armados, que encabezaba el propio Presidente de la República, Dr. Salvador Allende Gossens, defendió La Moneda el 11 de septiembre de 1973, del asedio de fuerzas militares sublevadas. El palacio era sólo un símbolo del poder constitucional. Pero adquiría enorme valor moral para enfrentar la insurrección de los jefes militares.
Un periodista, Augusto Olivares, fue el primero en morir ese día en La Moneda. Se quitó la vida con su propia mano, es cierto, pero no hay que equivocarse. Si lo hubiesen capturado vivo habría corrido la misma suerte que otros resistentes de La Moneda. Una muerte horrible como la que tuvieron el ex director de Investigaciones, Eduardo Paredes, el gerente del Banco Central, Jaime Barrios, o el jefe del GAP, Domingo Blanco Tarrés, asesinados después de sufrir horrendas torturas. Al Perro Olivares tampoco le habrían perdonado la vida, como no habrían dejado vivo al Presidente Allende si se rendía. Lo revelan las órdenes que Pinochet transmitió ese día en inglés, desde su refugio artillado en Peñalolén.
La mayoría de los medios de prensa, controlados por la extrema derecha, habían creado el clima que necesitaba el golpe militar. Se utilizaron todos los trucos de la guerra psicológica y, en especial, se atizó el odio contra el Presidente Allende y sus colaboradores más cercanos. Lo mismo se hizo respecto a los dirigentes más destacados de la Unidad Popular y de la Izquierda. Todo aquel que apoyaba al gobierno era presentado como un enemigo del estado de derecho. Augusto Olivares, Carlos Altamirano, Luis Corvalán, el Coco Paredes, Miguel Enríquez, Osear Guillermo Carretón, entre los dirigentes políticos, la Payíta, el GAP y el general Carlos Prats acumulaban el odio de la extrema derecha.
En los últimos días de la Unidad Popular --recuerda un amigo del Perro Olivares-- "era terrible transitar con él por algunas calles. Como el Perro no tenía auto ni manejaba, yo lo llevaba a veces desde del Canal 7 a La Moneda. Cada vez que parábamos ante un semáforo, la gente de los autos vecinos lo insultaban, nos seguían e invitaban a otros a hacer lo mismo. El Perro se enojaba, en ocasiones respondía, pero en general se deprimía".
Para un hombre como Olivares, que nunca hizo daño a nadie, amistoso y sentimental, que cultivó amigos en todo el arco político, esa animosidad cargada de odio debe haber resultado dolorosa.
Similar experiencia vivió el general Carlos Prats, comandante en jefe del Ejército. Un día bajó de su auto y disparó unos balazos al aire para ahuyentar a los provocadores. Fue para peor. La prensa reaccionaria lo acusó de atacar a una "mujer indefensa" que lo insultaba en la calle.
La última vez que conversé con Augusto Olivares fue precisamente sobre la renuncia de Prats. Coincidimos en que el final se acercaba. El Presidenta Allende había perdido su aliado más importante. Sólo el general Prats podía conseguir que un sector del Ejército permaneciera leal a la Constitución.
La astucia y la traición
No sé si el Perro Olivares adivinaba la traición de Pinochet, recomendado como constitucionalista por el propio Prats. Quiero pensar que no lo engañaban las apariencias. Por su formación ideológica y política. Olivares no tenía la misma confianza inocentona en las FF.AA. que mostraban muchos dirigentes de la Unidad Popular.
Sabía que los institutos armados estaban profundamente penetrados por la doctrina de la Seguridad Nacional --que define al pueblo como el enemigo principal--. Olivares había investigado y escrito mucho sobre la naturaleza de las FF.AA. en América Latina, el origen de las dictaduras militares, la influencia del Pentágono en la formación de los oficiales, etc.
Es posible que el propio Allende, profundo conocedor de la naturaleza humana, no se engañara con Pinochet. Tiene que haberle repugnado la adulona obsecuencia con que lo trataba a él y a su ministro de Defensa, Orlando Letelier. En la noche del domingo 9 de septiembre, a sólo 24 horas del "madrugonazo" golpista, Olivares y otros pocos fueron testigos de la última entrevista del Presidente con el nuevo comandante en jefe del Ejército. Allende llamó a Pinochet a la residencia de Tomás Moro para informarle que esa semana convocaría a un plebiscito. Sería el pueblo el que decidiría en forma soberana si el gobierno convocaba a elecciones anticipadas o seguía adelante con su programa de transformaciones económicas y sociales.
Tanto al llegar como al retirarse de la casa presidencial, que horas más tarde ordenaría bombardear, Pinochet se sobreactuó en la farsa que venia representando. Todos, incluso el Presidente Allende, se sintieron incómodos. Pinochet se cuadraba y saludaba al Presidente --dice un testigo-- en una forma que chocaba por lo servil. «Era muy distinto al sobrio y mesurado respeto al Presidente que estábamos acostumbrados a ver en el general Prats».
Si alguno sintió que la actitud de Pinochet era falsa, ése debe haber sido el Perro. En la columna que escribía en el diario Clarín venía insistiendo en el papel que la CÍA jugaba en la crisis nacional. Ese tema se hizo reiterativo y algunos le preguntaron si no exageraba. Más tarde se demostró que no estaba tan equivocado. Había elementos de sobra para denunciar la injerencia norteamericana: las operaciones de la ITT, la paralización de los créditos e inversiones, las maniobras para bloquear al cobre nacionalizado, etc.
Después del golpe, la investigación de la Comisión Church del Senado de EE.UU., las confesiones del ex secretario de Estado, Henry Kissinger, y otros testimonios dieron la razón a las denuncias de Olivares. Quedaron en claro los subsidios norteamericanos a partidos políticos como la Democracia Cristiana y el partido Nacional, a gremios como los camioneros, a grupos de ultra derecha, como Patria y Libertad, y a órganos de prensa como la cadena El Mercurio y el diario -La Tribuna, así como los contactos de la CÍA con altos oficiales de las FF.AA.
Mucho de lo que Augusto Olivares escribió se demostró cierto. Esto explica por qué la campaña de odio en su contra era tan intensa.
Fundador de Punto Final
En Punto Final, a cuyo consejo de redacción perteneció hasta su muerte, denunciábamos poco más o menos lo mismo. El Perro, uno de los fundadores de la revista, colaboraba sólo ocasionalmente en la última etapa. Su trabajo en la dirección de Televisión Nacional y su columna en Clarín apenas le dejaban tiempo. Su actividad principal, desde 1970, era acompañar al Presidente Allende.
Desde mucho antes era algo así como un asesor político, pero sobre todo un amigo. Allende escuchaba sus opiniones y ponía atención a sus análisis de la situación. Olivares pertenecía al grupo de íntimos que durante muchos años rodeó a Salvador Allende y que lo apoyó en sus campañas electorales. Juntó con el Perro estaban José Tohá, Carlos Jorquera, el Coco Paredes, Jaime Faivovich, Víctor Pey y más tarde Joán Garcés y Miria Contreras (la Payita).
Cuando Allende se convirtió en Presidente de la República, varios redactores de Punto Final se incorporaron a tareas en el gobierno. Además de Olivares, el Negro Jorquera pasó a la secretaría de prensa del Presidente, Jaime Faivovich fue Intendente de Santiago y subsecretario de Transportes, Jaime Barrios, gerente general del Banco Central, Hernán Uribe, director de Ultima Hora. Algunos, como el Perro, siguieron apareciendo en el consejo de redacción, pero el grupo fundador de PF se dispersó. Quedamos Mario Díaz, el abogado gerente Alejandro Pérez, Augusto Carmona y yo.
Se distanciaron nuestras reuniones, incluso aquellas que más nos gustaban. Durante mucho tiempo tuvimos la costumbre de juntarnos los sábados a mediodía e íbamos a comer mariscos al Mercado Central.
Pasábamos a una botillería frente al Mercado, comprábamos unas botellas de vino blanco y nos instalábamos a comer choros, almejas y cholgas en el puesto de don Manuel Pacheco, un gordo hospitalario que junto con sus empleados tomaban parte en las conversaciones y compartían nuestro vino. El Perro aprovechaba para comprar pescado que sabía elegir y cocinar muy bien.
Junto a su mujer, Mireya Latorre Blanco, y los hijos del primer matrimonio de ella con el periodista Juan Emilio Pacull, compartía los fines de semana, en su casa de calle Gerona, cerca de la plaza Ñuñoa. El Perro --que se casó en 1962 con Mireya-- encontró en esa relación la seguridad y confianza que le hicieron falta en su primera juventud. Afectivo, tierno y apasionado. El Perro sufrió profundas crisis depresivas que lo llevaron en un par de ocasiones a intentar quitarse la vida.
Reportero del acontecer político
Después de una de esas crisis se embarcó a Europa con el que sería su mejor amigo, Mario Díaz, porteño sin concesiones. El Chico Díaz, que también sufría en esa época la resaca de amores tormentosos, y el Perro Olivares hicieron durante un tiempo "vida de estudiantes " en París, aunque sin dejar el periodismo a través de corresponsalías que les pagaban tarde, mal y nunca. Aunque tuvieron dificultades económicas, conocieron Europa, se enamoraron de hermosas francesas, italianas y españolas, y al sanar las heridas del alma regresaron a Chile para retomar sus puestos como periodistas.
Yo los conocí en el vespertino Las Noticias de Ultima Hora. Mario Díaz era jefe de informaciones y el Perro Olivares redactor político. La Ultima Hora, fundada por Carlos Becerra, en esa época era propiedad de Arturo Matte Alessandri y Aníbal Pinto Santa Cruz. Más tarde, hasta el 10 de septiembre de 1973, sería del Partido Socialista.
Ese diario tuvo buenos redactores políticos. Fernando Murillo Viaña. Julio Fuentes Molina y más tarde Olivares, hacían un periodismo informativo y de interpretación. La crónica política tenía exponentes de mucho prestigio como Luis Hernández Parker, Igor Éntrala y Murillo. La competencia era difícil y los "golpes" menudeaban. Olivares alcanzó prestigio con sus comentarios, sobretodo bajo el gobierno de Frei Montalva, con un periodismo de oposición de gran calidad. A la vez hacía comentarios radiales y en el Canal 9 de Televisión de la Universidad de Chile.
Era infatigable; siempre andaba apurado y corría de un lado a otro. A Última Hora llegaba temprano. Tenía un rincón junto a una ventana que no daba a ninguna parte. Aporreaba su máquina de escribir hasta terminar su-trabajo, lo corregía y entregaba para despacharlo a la imprenta y partía veloz a reportear al Congreso Nacional o a la radio donde tenía un programa al mediodía. Siempre andaba con un maletín repleto de papeles, recortes de periódicos, revistas extranjeras y libros. En su casa tenía un archivo en carpetas clasificadas por temas y una amplia biblioteca.
Mireya Latorre salvó parte de ese archivo y lo llevó a Cuba, donde lo entregó en custodia a la Unión de Periodistas que hace un par de años lo hizo llegar al Círculo de Periodistas de Santiago.
Augusto Olivares fue leal amigo de la Revolución Cubana. Varios Comités de Defensa de la Revolución (CDR), organismos de masas que estructuran la organización popular en Cuba, llevan su nombre. Los miembros de esos CDR conocen quién fue el periodista chileno; tienen fotos y biografías suyas, como ocurre con otras destacadas figuras latinoamericanas cuyos nombres toman esos comités.
Tanto la Organización Internacional de Periodistas (OIP), como la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), otorgaron premios póstumos a Olivares, destacando su rol en el periodismo antiimperialista.
El periodismo de Olivares estaba claramente comprometido con la Izquierda y las luchas del pueblo. Sin embargo, eludía lo panfletario y usaba las artes y técnicas del oficio para una interpretación de hechos que no se podían desmentir. Muchas de sus reflexiones sobre periodismo --como una función de servicio público que exige veracidad, responsabilidad y toma de posición en los grandes conflictos de la sociedad--, fueron conocidos por sus alumnos en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile, donde el Perro impartió clases algún tiempo.
En lo político, era un izquierdista independiente. En su juventud, como otros periodistas de su generación, simpatizó con el partido Comunista. Más tarde, en los años sesenta, su ubicación política estuvo influida por la vigorosa Revolución Cubana. Esto lo llevó a integrarse al grupo fundador de Punto Final, constituido por periodistas, abogados (como Alejandro Pérez y Jaime Faivovich) y economistas (como Jaime Barrios), cuyo común denominador ideológico se inspiraba en los planteamientos de la Revolución Cubana. En ese grupo había comunistas, socialistas, miristas, cristianos de Izquierda, etc. Se trabajaba con amplitud y respeto mutuo. En el consejo de redacción de PF se expresaban opiniones diferentes sobre muchos asuntos. Pero se lograba una síntesis que nos dejaba satisfechos a todos. Muchos periodistas compartían nuestros puntos de vista. En representación de ellos, Olivares fue elegido consejero nacional del Colegio. La contribución del Perro en el consejo de redacción de PF, sus artículos y reportajes ayudaron mucho al prestigio que alcanzó la revista en ese período.
Comienzo del fin
A mediados de 1973, la amenaza golpista se hizo evidente. El 29 de junio se produjo el amotinamiento de oficiales del regimiento Blindados N° 2 que el general Prats pudo controlar. El 27 de julio fue asesinado el edecán naval de Allende, el comandante Arturo Araya Peeters, por un comando de extrema derecha. Ese crimen conmovió de modo profundo al Presidente Allende. También a Olivares, que había desarrollado una sólida amistad con ese oficial. En paralelo con la actividad de comandos terroristas de Patria y Libertad, y del partido Nacional, asesorados por oficiales de las FF. AA. y Carabineros, se desató el paro de la Confederación Nacional de Dueños de Camiones -- financiado por la CÍA--y se iniciaron los allanamientos de industrias en aplicación de la ley sobre Control de Armas aprobada por la mayoría DC derecha del Congreso.
A principios de agosto, fuerzas combinadas del Ejército, FACH y Marina allanaron la industria Lanera Austral en Punta Arenas, dando muerte a un obrero. Un destacamento de la FACH hizo lo mismo en Cobre Cerrillos en Santiago. Las provocaciones eran brutales. El oficial a cargo del operativo en Cobre Cerrillos, mientras empujaba e insultaba a los obreros, les gritaba: "Si quieren que la guerra civil empiece ahora mismo, hagan algo, maricones..."
El 9 de agostó se formó un nuevo gabinete con participación de los comandantes en jefe de las FF.AA. y del director general de Carabineros. Era una exigencia del PDC y de sectores empresariales, como la Cámara Chilena de la Construcción. Entretanto, en la Armada apresaban y torturaban a un numeroso grupo de marineros del destructor Blanco Encalada y del crucero Almirante Latorre, que habían entregado a dirigentes de la Unidad Popular y del MIR antecedentes sobre la conspiración golpista en marcha. La Cámara de Diputados --presidida por el DC Luis Pareto-- y el Senado --por Eduardo Frei Montalva-- destituían ministros y declaraban inconstitucionales las resoluciones del gobierno. La Corte Suprema participaba activamente en la construcción de un soporto jurídico para el golpe de estado.
Todos esperábamos el golpe. Pero éste se descargó de súbito. El Perro Olivares supo ese día que su lugar estaba en La Moneda, junto al Presidente. Sabía que todo estaba perdido, pero no titubeó en acompañar a Allende en su última apuesta por la dignidad y el coraje.
En la muerte, también los unió una amistad que tuvo mucho de filial. Allende y Olivares fueron de infancias tristes. Problemas con el padre, en el caso de Allende; ausencia de la madre --que murió dos meses después de darlo a luz-- en Olivares. Un puntó en común entre ambos era la búsqueda de ternura que brindaban en sus afectos.
El suicidio de Augusto Olivares, antes que la tragedia en La Moneda llegara a su fin, tiene que haber golpeado muy duro al Presidente. Era también su propia determinación. "Yo no me rendiré", había dicho en su mensaje radial desde el palacio en llamas. Se asistía al fin de un período de la historia del país. Los defensores de La Moneda necesitaban dejar un mensaje imborrable para los que seguirían luchando. Allende y Olivares lo entendieron y no vacilaron al momento de hacerlo.
Manuel Cabieses Donoso es dirigente de Colegio Nacional de Periodistas y director de la revista Punto Final.