Persona, Estado, Poder
Cuando el fantasma es un tótem

Héctor Faúndez B., médico-psiquiatra
Alfredo Estrada L., médico terapeuta-familiar
Sara Balogi T., terapeuta familiar
Mónica Hering L., psicóloga

Terceras Jomadas Chilenas de Terapia Familiar,
Santiago de Chile, 6, 7 y 8 de Junio de 1991.

Cuando el fantasma es un tótem.

Perturbaciones en las interacciones afectivas de adultos jóvenes,
hijos de detenidos-desaparecidos

I. Introducción

El campo temático abordado en este trabajo fue delimitado por aquellas condiciones sociales y políticas del país que significaron la aplicación de violencia dirigida y, por tanto, la traumatización psíquica y física a grupos específicos de personas. Informaremos sobre algunos hallazgos de una experiencia clínica en psicoterapia familiar con adultos jóvenes, hijos de detenidos-desaparecidos.

El abordaje psicoterapéutico del padecimiento psíquico de los familiares de detenidos-desaparecidos, ha planteado problemas prácticos y teóricos especialmente complejos. (1)

Lo que llamamos sucintamente problemas prácticos, son los derivados del contexto social, inmerso en el cual se han realizado estas experiencias psicoterapéuticas. Esta práctica ha estado también marcada por la interdicción, el ocultamiento, el temor y las urgencias. Sólo durante los dos últimos años, este contexto comienza a cambiar, y en algunos aspectos tan radicalmente que ha modificado sustantivamente alguno de los fenómenos observables en las familias asistidas; a saber, por ejemplo, el pesado lastre del ocultamiento y el silencio social.

Los problemas prácticos señalados son las dificultades de aprendizaje y ejercicio de una praxis que tiene como atributo consubstancial la involucración y el horror éticos de los observadores y que comporta, por tanto, siempre algún grado de obnubilación en el rigor intelectual.

Estamos conscientes además, de las graves limitaciones que tenemos cuando intentamos representar por escrito aquello que por inédito entre nosotros y profundamente indeterminado, asume en muchos de sus aspectos la cualidad de lo indecible. (2)

Los que aquí llamamos problemas teóricos tienen, creemos, sus raíces en los fenómenos más elementales de la vida humana. Toda vivencia tiene su percepción primera en el hecho inmediato de existir, y su certidumbre intelectual o espiritual última en el dejar de existir, es decir, en la muerte.

Como sabemos, las vivencias más concretas y elementales se articulan en el discurso ontológico a la forma de tautologías válidas, en este caso:

  • Se es vivo cuando se está vivo.
  • Se es muerto cuando se está muerto.
  • Este estar muerto se verifica en la existencia de un cuerpo muerto. ¿Cómo y en qué se determina aquella existencia humana que no es (no está) ni viva ni muerta? Queda ontológica y epistemológicamente indeterminada y, por ende, relacionalmente indeterminante. ¿Cuál es el espacio, alcance y naturaleza de esa indeterminación o esas indeterminaciones?
  • No lo sabemos cabalmente. Creemos que esa indeterminación y sus consecuencias es lo que experimentan los familiares del desaparecido.
  • Toda y cualquier incertidumbre de una vida termina con la muerte. Todo lo que se pueda decir legítima y naturalmente de un Más Allá es un debate que de todos modos pertenece a los vivos y está en el campo de las creencias, convicciones o presunciones de los vivos.
    ¿Con qué hecho termina la incertidumbre de una No Vida que es al mismo tiempo una No Muerte?
  • Con la presentificación de la muerte en su concreción inmediata: con un cadáver. ¿Qué pasa con los familiares en tanto no se realiza ese momento de concreción que pone fin a la indeterminación existencial? Visto desde una perspectiva muy elemental de las relaciones parentales (todo pariente es un punto o un nudo relacional específico con una denominación genérica y un nombre propio), podemos plantear el problema así..
  • El pariente próximo de un muerto es el deudo, tal o cual;
  • El pariente próximo de una persona viva es la madre, el hijo, la esposa de-- ¿Qué es y cómo se llama al familiar de un desaparecido? ¿el huérfano de...? ¿la viuda de...?
  • ¿Qué es entonces relacionalmente esa persona viva de aquella otra persona que es ni viva ni muerta y que es sentida como un «muerto vivo»?
  • Y, respecto de esa figura indeterminada, ¿cómo se relacionan y siguen viviendo entre sí y en sus grupos los familiares?

De algunas observaciones de esos acontecimientos intenta dar cuenta este trabajo. Presentamos a continuación las experiencias y procesos que nos parecen característicos del padecimiento y del contexto social en estas familias; sobre esta base intentamos definir las referencias conceptuales que nos permiten el ordenamiento teórico de las observaciones.

II. La experiencia de las familias: algunas consideraciones conceptuales

Si bien el interés de este artículo se centra en las consecuencias de los traumas en la segunda generación, debemos reseñar, a lo menos, las situaciones y experiencias vividas desde los progenitores y caracterizarlas en términos contextúales y de interacción, en los siguientes dominios: en el contexto familiar (tanto nuclear como extenso); en el contexto social inmediato de esas familias; y en el contexto del conjunto del sistema social. Este último nivel no es considerado aquí como una entidad cultural homogénea generadora y reguladora de patrones (normas y valores) culturales, sino como estructura y organización del poder.

1. Característico y esencial del padecimiento de estas familias es haber sufrido la aplicación de violencia humana sistemática, intencional y dirigida a manos de un poder institucionalizado.(*)

Estos hechos marcan una diferencia crucial en estos padecimientos e implican la distinción de las nociones de poder, guerra (guerra psicológica), violencia y agresión. (3)

Expresado en términos más propios de la terapia familiar sistémica, diremos que nos encontramos ante procesos de victimación extrema, producto de abusos de poder por parte de una autoridad en una situación de jerarquía rígida del sistema social.

Puestos aún en el nivel social y psico social de las distinciones conceptuales, diremos que estas familias han vivido en una situación de "marginalidad" social y de «encapsulamiento» psico social. (4)

2. Las familias con un miembro desaparecido han compartido una ideología (cosmovisión y utopía) que en términos histórico - normativos configuran un contexto subcultural relativamente cerrado y específico. En algunos linajes, esa pertenencia se remonta a algunas generaciones.

Consideramos que este hecho tiene repercusiones evidentes en a lo menos los siguientes momentos:

  1. La endoculturización contiene una marcada pregnancia valórica (o normativa) que actúa fuertemente en el desarrollo de la identidad de los sujetos y en sus procesos de identificación. (5)
  2. Las reglas de cohesión de ese contexto, exacerbadas después de la traumatización, le confieren un enorme peso a los mandatos delegados, que más adelante especificamos. (6)
  3. Los valores del contexto señalado son en gran medida opuestos a los del poder violentador.

Creemos que este hecho potencia el carácter disociador que per se tiene la irrupción del daño y la consecuente entronización del poder victimador al interior de la familia: dos mundos valorices antagónicos se «empozan» en el incipiente proceso de individuación de los hijos.[**]

3. Después de la desaparición del padre, las familias deben configurar (organizar y componer) un núcleo familiar mutilado, con miembro ausente.

Las tareas de apoyo para la sobrevivencia generalmente implican a la familia extensa, o a algunos miembros de la familia extensa, a veces durante largos períodos, lo que significa también reorganizaciones en aquella.

La naturaleza incierta de la ausencia (¿volverá el papá?) pone graves dificultades a la familia en la reasignación de las tareas del miembro que falta. Minuchin las llama «familias con un fantasma». (7)

4. Paralelamente, las familias deben vivir un «duelo» sin la certidumbre de la muerte, ni la revitalizante comunión que los ritos de la muerte posibilitan. Es el «duelo suspendido» descrito por los investigadores de los países de A. Latina {duelo incompleto de Minuchin). Hemos observado que son las conductas y sentimientos de la segunda fase del duelo según Bowlby (fase de anhelo y búsqueda), las que se prolongan indefinidamente en los parientes próximos y, de modo muy evidente, en algunos de los hijos de la prole (ver luego caso de Amelia y Laura).

En los pacientes asistidos durante los dos últimos años es común observar oscilaciones entre la segunda y tercera fase del duelo según Bowlby (período de la posibilidad de la muerte). Los pacientes muestran comportamientos pseudohipertímicos (activismo), acompañados de gran susceptibilidad o sensibilidad paranoídea, reacciones frecuentes de gran hostilidad, seguidas o mezcladas de retirada en el ensimismamiento, estados de profunda pena y autoinculpamiento por las sucesivas «encerronas ambivalentes» y el destino implacable de fracasos sin fin.

En la familia se ha ido imponiendo una atmósfera fantasmagórica. La vida cotidiana de todos modos continua, pero el hogar del desaparecido es el lugar de lo ominoso, de lo siniestro. La casa de un «muerto-vivo».

La diaria convivencia con lo ominoso, que está enquistado en lo cotidiano, genera en los miembros de la familia una procesión interminable de nebulosas sensaciones: la vergonzante sensación de estar aceptando lo inaceptable (8), de estar posibilitando lo imposible (9), por el simple hecho de vivir lo cotidiano. Cuando ni la vida ni la muerte son posibles, ni la alegría ni el sufrimiento parecieran tener sentido. La familia entonces se va callando: todos saben que saben; nadie habla.

En estos casos, creemos que la cláusula del secreto compartido es de raíz más profunda que las cláusulas morales, es de orden ético. No es sólo el consenso valorice de una comunidad el que está en entredicho; es el consenso sobre lo que mínimamente significa la humanidad el que queda cuestionado. El silencio, entonces, es algo más que una estrategia de cautelas que la familia opone al poder amenazante. (10)

El silencio es también expresión directa del horror a tocar un dolor sin sentido, un dolor inútil.[+] La expresión de la alegría está interdicta, el duelo está suspendido; la expresión del dolor no tiene sentido. Creemos que en esta instalación de las reglas del silencio prima por sobre todo la inmediata vivencia de los familiares de estar viviendo lo indecible, lo no comunicable.

Pues, «de lo que no se puede hablar, no se puede hablar». (11)

5. Hasta hace poco tiempo las familias han tenido que vivir defendiéndose de un poder que, por hegemónico, fue sentido por muchas de ellas como vocero del conjunto social. Este poder no permitía reasignación de valor ni de identidad, ni al desaparecido ni a la familia.

El largo período defensivo generó reacciones adaptativas en parte inconscientes y estrategias lúcidas de sobrevivencia. La intrincada imbricación de ambas las hace prácticamente indistinguibles en la conciencia de los hijos: mecanismos de negación, de silenciamiento, de ocultar por la mentira y el fingimiento a sabiendas, de fingir v mentir sin darse cuenta, de fingir que no se está fingiendo, que no se está ocultando, etc. (12)

El necesario aumento de la cohesión para la autoprotección frente a un poder amenazante ha llevado a estas familias a un «encapsulamiento» más o menos rígido. Este encapsulamiento junto a la invasora instalación de las reglas del silencio, la negación y el fingimiento, ha instaurado una sólida rigidez de la organización familiar. Como decíamos en un trabajo anterior, «se va construyendo una organización familiar disfuncional que tiende a la homeostasis y a la rigidez. Estas a su vez, son necesarias para la sobrevivencia y la cohesión familiar». (13)

¿A dónde conduce el sufrimiento de los familiares? A ninguna parte. Por esto hablamos aquí de un «dolor sin sentido».

6. Las familias realizan las tareas del ciclo vital con tan graves lastres que para sus miembros aquel se interrumpe o se toma gravemente disarmónico. Para los hijos el ser en el mundo en relación al padre o madre que no está, es «ser hija (o) de ...»; progresar a la propia adultez puede significar «alcanzar» y sobrepasar al progenitor. Esto puede ser desidentificatorio para el propio hijo y al mismo tiempo «abandono» desleal del progenitor. (14)

7. Las familias deben repartir las funciones de los mandatos delegados, ejercer las tareas de la delegación y el control sobre su ejecución. Debemos hacer notar que para estas familias el campo de realización (y control) del mandato va más allá de la familia nuclear y extensa.

Incluye, y con mucho poder,- al contexto subcultural señalado y a las organizaciones sociales de mutuo apoyó.

Los hijos se reparten el mandato delegado de manera fragmentaria y peculiar, del mismo modo que viven el «duelo suspendido» de manera peculiar. Hemos observado que es generalmente un (a) hijo (a) de la prole quien asume de manera más rígida el ser «digna hija (o) de ...», tanto para con la familia como para con el contexto subcultural de pertenencia.

Este hijo (a) es el que debe cumplir las expectativas de ser hijo del "héroe" o del "mártir// (lo sienta el propio hijo así o no). Es común que otro hijo (a) cumpla el mandato de modo especular, fracasando rotundamente en cualquier tarea de la existencia y apareciendo como el anti-héroe.

Este modo de cumplir el mandato (que lo es del mandato del padre al haber sido detenido y no estar), puede asumir las formas extremas de asociabilidad y perturbación mental grave.

Siguiendo a Boszormenyi - Nagy, en cuanto a que todas las lealtades implican la ambivalente intemalización de una figura idealizada, muchas de las identificaciones llevan a la recurrencia de conductas autodestructivas. De aquí que a los hijos les aparece su vida como una sucesión de fracasos sin fin y sin salida.

Además, la cualidad de «vivo - muerto» del padre le imposibilita a estos hijos librarse de sus rabias contra él, y al mismo tiempo les es imposible saldar las deudas con él. El «gran libro de deudas y méritos» de la familia queda así indefinidamente en desbalance para los hijos.

8. El aprendizaje mimético de hábitos y técnicas de ocultamiento, negación y fingimientos; las graves distorsiones del desarrollo del ciclo vital (que incluye perturbaciones de la percepción del sí-mismo) junto a la rigidez de un mandato imposible, hace que estos hijos vivan atrapados en la poderosa necesidad de mostrarse, o tratar de ser, tal como sienten que los otros lo desean o lo demandan. Esta poderosa y multifacética necesidad es el fundamento de continuas propuestas interaccionales oclusivas, cuestión que hemos observado claramente en la vida de pareja de las hijas (adultas jóvenes) de los tres casos que se presentan y todas con una estructura básica de asimetría rígida de la diada.

9. En a lo menos una de las hijas de las familias asistidas, hemos observado una clara subindividuación respecto de la madre (cada familia tiene tres hijos).

En dos de estos tres casos, ha habido un desempeño marcado de roles maternales de las pacientes en relación a sus hermanos y a la propia madre (parentificación de la hija).

De estas tres hijas, dos están casadas, y la tercera ha mantenido una larga relación de «pololeo» de algo más de cinco años. Las tres fueron paciente índice al momento de consultar.

Los dos matrimonios analizados se constituyeron hace algunos años, con compañeros de militancia política, que sentían una admiración casi reverente por el padre (desaparecido ya) de la novia. Estos dos esposos a su vez, tuvieron padres que jugaban claramente el rol regresivo en la pareja de progenitores (ambos alcohólicos, irresponsables, uno de ellos castigador brutal).

Estos hombres se han casado muy a sabiendas con la «digna hija de...» (así lo han explicado en la terapia), con lo cual han pasado a ser copartícipes en la realización del mandato de la esposa.

En contrapartida, ellos encuentran en la vida de pareja la realización de sus propios desafíos personales y las delegaciones de su propio origen: ser buenos esposos, responsables y miembros ejemplares de sus grupos de pertenencia.

El mutuo «autoengaño» (Laing) de expectativas y confirmaciones se asienta en la «misión imposible» que le queda adscrita al esposo y que éste asume desde el inicio de la relación. Esta es la de erradicar o ayudar a concluir un sufrimiento infinito de la mujer que ama, su esposa.

Para no escamotear el fundamento de este desafío-expectativa del marido, la esposa refuerza ante él la mostración de ser «digna hija de ...», aunque tenga que disociarse, fingir, mentir y ocultar. Con esto, pseudoconfirma los afanes del marido. No puede ella sino hacer esto, puesto que está aherrojada al enorme poder de la delegación (aunque siente que «querría» hacer otras cosas con su vida); y, por otro lado, no puede defraudar las buenas intenciones del esposo, puesto que lo ama.

El esposo, a su vez, la pseudoconfirma con alegatos de haberla querido siempre a ella «como mujer» y no a la imagen idealizada de la «digna hija de ...»

El fantasma asume atributos de Tótem intocable, especialmente para el esposo. La mujer, conocedora de las fallas y errores del padre, debe encubrir en sí misma las rabias, culpas y vergüenzas que ese padre le provocó y provoca. «Sabe» que ella es la poseedora de la llave para abrir los secretos v progresar; pero le es imposible el acto de deslealtad al padre (es decir con el mandato) y calla.

El padre fantasmático queda incluido en la colusión y esta permanece. Lo ónticamente indeterminado es relacionalmente indeterminante. En ambos matrimonios comentados la imagen del padre desaparecido se congela como hombrepadre perfecto para el marido (el padre que ellos no tuvieron en sus propios padres); para ellas, es, al mismo tiempo, el padre idealizado v el que de todos modos fracasó, que les provoca rabias. Necesitan para sí mismas humanizar ese padre, pero tienen que mantenerlo intocado e intocable, para el marido y por la pareja. Esto significa, obviamente, también para sí mismas. Una pugna creciente se desarrolla entonces en la esposa: o mantener la rigidez del mandato o flexibilizarlo «humanizando» la ambivalente e idealizada imagen del padre. Los eventos de la vida, creemos, conducen a la superación del impasse en el último sentido señalado. Además, sólo ese proceso hace posible a la hija del desaparecido reanudar su proceso de diferenciación e individuación. Ella, y sólo ella, es la conocedora de los aspectos más humanos de esa presencia fantasmática que ha devenido en Tótem. Este «conocimiento» de la esposa y del hecho de ser la poseedora del «derecho» al develamiento del secreto es, creemos, la fuente de la mayor cuota de poder que ella tiene en la diada, y hace que los maridos sientan a sus esposas como «inalcanzables». Se organiza, desde el establecimiento de la relación, una diada conyugal de estructura asimétrica rígida en la cual la esposa siempre juega el rol de la fuerte, la que de todos modos queda «arriba» y va siempre adelante.

III. Familia Gutiérrez

1. Derivación y motivo de consulta.
La psicoterapia fue solicitada directamente por Amelia, la segunda hija de la familia, quien impulsó a los demás a aceptarla, después de una tentativa de psicoterapia de la madre y de una terapia grupal que consideraron fracasada. Amelia se autodesigna como centro de una muy conflictiva relación con la madre y de una relación tensa y distante con su hermano mayor.

2. Descripción de la familia.
La familia se compone de Sofía, la madre, de 48 años de edad, portadora crónica de síntomas psicosomáticos digestivos, profesora universitaria, cuyo marido fue detenido en 1976 y aún permanece desaparecido; de Alberto, hijo mayor de 24 años, egresado de la universidad; de Amelia, hija del medio de 22 años, estudiante universitaria y de José, hijo menor de 14 años, estudiante de enseñanza media.

Sofía, la madre, mantiene una relación amorosa «puertas afuera» desde hace bastante tiempo y no ve posibilidad de que se transforme en una convivencia.

Alberto, el hijo mayor, tiene una relación de pareja hace ya 7 años, que define como muy buena, ambos quieren casarse, tienen el apoyo de las respectivas familias, pero él no se siente aún en condiciones (materiales) dice, para formalizar el matrimonio.

Amelia, la hija, mantiene también una relación de pareja durante casi 5 años ya, conflictiva e insatisfactoria para ella, discretamente desaprobada por la familia, y que se ha mantenido en el espacio de las cuestiones asignadas como personales, íntimas de Amelia.

Los tres hijos han tenido buen rendimiento académico; los dos mayores han podido optar libremente por sus carreras universitarias con el apoyo materno.

El tercer hijo no tiene dudas que alcanzará también una profesión universitaria. La madre ha debido pasar muchas postergaciones y humillaciones desde que, después de la desaparición de su esposo, fue exonerada de su cargo universitario. Ha conseguido ejercer su profesión en niveles inferiores al precedente, y con gran esfuerzo y desgaste ha solventado la mantención de su hogar.

Hacia su entorno social la familia en su conjunto aparece cohesionada, «muy unida, solidaria y cariñosa». Frente a la dramática situación de la desaparición del padre, guardan en general una actitud de reserva y dignidad, especialmente la madre. Los dos hijos varones han optado predominantemente por silenciar su calidad de hijos de detenido-desaparecido y se han mantenido al margen de las acciones sociales de denuncia y protesta. Estas acciones han sido asumidas por la madre y especialmente por Amelia, quien tiene en este ámbito un activismo oscilante, muy expresivo y con gran carga emocional, apasionada tanto en los períodos de plena involucración, como en los de desfallecimiento y cansancio. Aparece entonces durante estos momentos una marcada susceptibilidad, arranques de ira, defensa indignada ante supuestas ofensas y postergaciones, seguidas de retraimiento y estados de profunda pena y autoinculpación.

3. Desarrollo de la terapia, algunas pautas de interacción familiar.
En las primeras sesiones todos están conscientes y de acuerdo en señalar que entre la madre y los hijos mayores existe una gran dificultad en expresar y recibir cariño; en tanto José, el menor, es percibido como el «bálsamo» o el «osito de peluche» en el intercambio de cariños y ternuras.

Alberto, el mayor, adscribe esta dificultad o bloqueo de las expresiones afectivas a una atmósfera propia de la casa: «lo sentí así desde chico, sin el papá... el dolor...» Reconoce en sí mismo actitudes habituales de retraimiento y aislamiento de la vida familiar; paralelamente, sobreinvolucración en sus estudios y gran dedicación en su relación de pareja. Acusa abiertamente a las dos mujeres de la casa y describe su forma de relacionarse como «dos dueñas de casa peleándose por un trono».

Amelia a su vez reclama por las actitudes «marginales» a la familia de su hermano Alberto, aliándose en este punto con la madre. En la relación con su madre, reconoce estar casi siempre «con pica», percibiéndose a sí misma atrapada en funciones de ser una madre protectora de su propia madre. Se siente agobiada en la casa, llena de «exigencias» y de «cosas»: «siento que estoy en su casa». Desea muy ambivalentemente irse «para estar en paz, cómoda».

La madre, por su parte, reclama por la actitud «marginal» del hijo mayor que a veces se toma agresivo en contra de ella, a continuación de las demostraciones de «pica» de Amelia. Siente que la hija «guarda cosas» para con ella; que ella, la mamá, «representa algo» para Amelia, que no consigue definir. Luego la madre se corrige: «no... no sé, no es realmente conmigo ... y esto es lo que me duele realmente».

Está convencida que Amelia «está fabricando cosas» en contra de ella para irse, y de una manera que no es aceptable para la madre.

En este punto Alberto rompe el secreto y explícita rotundamente: «Amelia tiene una rabia muy grande con el papá» y que «... quiere tirarla contra todo el mundo, pero ahora es sólo a la familia...»

Sintéticamente, la interacción que se observó se puede resumir de la siguiente forma:

  1. La madre se mueve con la consigna: ayúdenme, escúchenme (que no por sutil y digna deja de ser así entendida por lo hijos).
  2. . Amelia, especialmente, actúa isomórfica a la inducción materna, luego se percata de esto, se enoja, agrede a la madre y pelean.
  3. Alberto observa desde su posición excéntrica, se pone de mal genio, se aísla o se aleja.
  4. José se apena y adopta luego su función de mediador de los afectos positivos, condensando en sí y posibilitando para el conjunto de la familia el flujo de cariños y cuidados.

La conducción de las sesiones se orientó a permitir la elaboración de las rabias y culpas contenidas en el conjunto familiar. Esto posibilitó a Amelia explicitar sus sentimientos («rabias contra el papá porque no supo cuidarla mejor ...») y se fueron develando gradualmente las secuencias retro alimentadas de rabias, culpas y vergüenzas, que más tarde se demuestran como el núcleo de las conflictivas conductas y actitudes de Amelia.

Estratégicamente, se incentivaron «acting in» de intenso acercamiento afectivo entre los hermanos, separando paralelamente a la madre (a la que luego se ofrecen sesiones individuales) y alentando a seguir la diferenciación e individuación de Amelia.[**]

El reconocimiento y confrontación con los conflictivos sentimientos de rabias y vergüenzas de Amelia, esclareció y alivió rápidamente las tensiones existentes entre los dos hermanos mayores.

El reconocimiento doloroso de sentir que el padre «fracasó» con ella, hace que Amelia se vea continuamente empujada a hacer muchas cosas y a hacerlas bien, le gusta verse a sí misma como una persona muy activa, y al mismo tiempo poder ser vista como una joven dulce y simpática.

Manifiesta su disgusto por la gente fracasada (por esto odia la actitud «dejada» de Alberto en la familia). La percepción que ella misma tiene de fracasar en «muchas cosas» (hasta su vocación profesional está en crisis por esto) y de no conseguir ser simpática ni querida le hacen sentirse en una «paradoja» (sic), y tener vergonzantes sentimientos de envidia y celos respecto de sus hermanos y de la novia de Alberto, a quien envidia su calma, y celos por ser quien recibe los cariños, cuidados y protección de su hermano, que tanto ha anhelado para sí misma.

Pasadas varias sesiones con el conjunto familiar, el ambiente hogareño se tornó calmo y aceptable para todos. El grupo terapéutico decidió hacer sesiones individuales para la madre y la hija.

4. Amelia.

Amelia había mostrado un gran ímpetu en la psicoterapia: ella buscó a los terapeutas; por ella se cambió el método de supervisión tras el espejo por la coterapia y finalmente ella solicitó entrevistas individuales cuando sus familiares consideraban la situación como aliviada y buena.

Movida o no por la intención de callar para proteger a los suyos, es sólo en las sesiones individuales que Amelia desmenuza lentamente los enigmas de su malestar existencial: sabe que puede v quiere salir sin resentimientos de la casa materna, pero no puede dejar las funciones protectoras hacia la madre, quedándose resentida, al final consigo misma; sabe que se desafía continuamente en sus estudios, buscándose situaciones claramente demostrativas y conflictivas por ser la hija de detenido-desaparecido («la digna hija de...»); lucha amargamente por apaciguar su activismo social en los grupos solidarios (agrupaciones de víctimas y otros), pero no consigue escapar a las tareas del mandato delegado. Y por último, duda de su capacidad de alcanzar su plenitud como mujer: después de años de vaginismo invencible y luego de dispareunia, apenas si ha alcanzado vencer sus resistencias para obtener eventuales relaciones coitales anorgásmicas, no obstante considerarse a sí misma definitivamente femenina y con una natural apetencia sexual.

Justamente en estas dificultades se definió centrar los esfuerzos de la terapia.

Como señalamos, Amelia mantenía por años una relación de pareja con un joven algo mayor que ella, considerado por la familia como débil, necesitado de mucho apoyo y fracasado.

En la relación de pareja anterior, para Amelia el primer pololo en serio que tuvo, la pareja tenía características de personalidad opuestas del actual, y según ella misma, aquel joven correspondía al ideal de hombre al que aún aspira.

En aquella relación primera, Amelia intentó vanamente iniciar su vida sexual: recuerda hoy con un fulgor imborrable, cómo percibió la «mirada de papá» en los ojos del amante que se inclinaba hacia ella. Cogida por un pánico indecible intentó sobreponerse, pero finalmente se impuso su interdicción. A pesar de las tentativas, Amelia permaneció virgen, con asco consigo misma, por haber intentado un coito «incestuoso»; con pena por no haber conseguido sobreponerse a su propio asco; con rabia contra el padre, por todo lo anterior y con renovadas culpas por sentir estas rabias.

La elección de su segunda pareja fue claramente dictada por sus defensas contrafóbicas («me había sentido una Electra», sic). Amelia fue descubriendo que la larga relación con Osear, su actual pareja, era una huida de su «Electra», una tentativa de apaciguar las rabias y vergüenzas que «el buscar su ideal» le producía (puesto que claramente ese ideal participa de los atributos del padre); aceptó que Oscar no era el objeto de su amor sino el depositario de sus más arcaicas ambigüedades y, en el mejor de los casos, el objeto de su protección y piedad. Aceptó al fin que Oscar ha sido también el partner complaciente de su procura de plenitud, el único que podría haberle esperado por años sus largos hesitaciones en aceptar relaciones coitales, para cada vez, al final de ellas, terminar ambos llorando juntos el renovado fracaso orgásmico de Amelia.

Como epílogo queremos señalar que hoy Amelia se desarrolla como una joven dinámica, optimista y apasionada, libre de dudas respecto a su vocación profesional. Luego de relaciones sexuales plenas, decidió terminar la relación de pareja con Osear. Dice «llevar la imagen del padre dentro de sí (una medalla), pero en paz». El hermano mayor se casó hace un par de meses, y la madre consiguió después de 15 años volver a una cátedra universitaria. El hijo menor afirma su decisión de seguir la misma carrera universitaria que su padre.

La familia continúa en psicoterapia con setting variable, tal como ha sido conducida hasta ahora.

IV. Pareja de Laura y Mauricio

En esta pareja ella tiene 31 años v él 33, tienen un único hijo de un año y medio. Mauricio es un joven profesional universitario, con pocos años de experiencia laboral. Laura actualmente está realizando un post-grado (master) en su profesión, aunque no termina con su tesis de grado.

La pareja contrajo matrimonio hace 7 años. Se conocieron en el ámbito político, siendo ambos militantes. En el acercamiento de Mauricio a Laura influyó la admiración de éste hacia el padre desaparecido de ella.

Durante los primeros cinco años de matrimonio tuvieron una convivencia irregular, por razones de actividad política de Mauricio y por problemas de vivienda. Aproximadamente hace dos años la pareja logra estabilizar su situación de vivienda y de trabajo (de Mauricio), y nace su único hijo. En el momento de la consulta viven allegados en la casa materna de Laura.

1. Motivo de consulta.
La pareja consultó hace aproximadamente seis meses; el motivo de consulta fue que la relación de pareja estaba siendo cada vez más conflictiva, con riñas frecuentes, gradual distanciamiento afectivo y con temor de ambos a una ruptura. Desde el inicio. Laura asume el rol de paciente identificada, definiéndose como «neurótica, irritable, con poca tolerancia».

Laura se quejaba que el esposo no se preocupa por ella, de sus sentimientos, que no se acerca, ni está dispuesto a una conversación más profunda con ella. Tiene la sensación que Mauricio incluso la rehuye en ocasiones. Además le reprocha su actitud de «agresivo» y «gritón» con ella.

Mauricio igualmente siente y reconoce la existencia de una «comunicación escasa» entre ambos, y se autoinculpa por su incapacidad, quizás «cobardía» (sic) de no poder acercarse ni ayudar a Laura. Sin embargo, reivindica su postura acusando a Laura de mentir innecesariamente en la vida cotidiana, conducta incomprensible e inaceptable para él.

2. Familia de origen.
Laura proviene de una familia constituida por su madre y dos hermanas más, ocupando ella el lugar del medio. Su padre fue detenido y desapareció cuando Laura tenía 13 años. Continua desaparecido.

Recuerda al padre como un hombre muy responsable, cumplidor, alegre y querendón; un padre cuidadoso con los hijos. Laura fue la "preferida", la regalona de él. De su mamá tiene una imagen de madre funcional y distante; ocupada de su quehacer profesional v la organización funcional de la casa.

Con el desaparecimiento del padre, la madre se ocupaba casi exclusivamente de su trabajo remunerado y de la búsqueda del padre, mientras las hijas asumían las tareas domésticas. Entre las hermanas, como con la madre, jamás pudieron llorar juntas las penas por el desaparecimiento del padre: «hasta el día de hoy no podemos hablar de esto..., sino ... queda la escoba» (sic Laura).

Laura expresa sentimientos ambivalentes hacia sus padres; inmenso cariño y respeto por ambos progenitores, pero también mucha rabia con ambos. Aunque anhela al padre y tiene internalizada una imagen idealizada de él, percibe y siente en la misma imagen a un padre que como tal fracasó con ella. Siente rabia por algo que percibe como una traición del padre hacia ella, a raíz de una conversación que sostuvieron poco antes que el padre desapareciera. En Laura perdura el dolor y la rabia de haber escuchado de él: «si te llegan a tomar a ti, yo no hablaré» (se refería a que ambos fuesen torturados).

Laura también expresa gran rabia contra su madre; este sentimiento lo centra en el hecho de sentirse cómplice de las mentiras que su madre contó, especialmente en el colegio de Laura, para explicar la repentina ausencia del padre. La madre informó, entonces, que su marido se había separado de ella; Laura sintió que esta mentira era una traición a su papá, pero no pudo dejar de participar de ella («contando el mismo cuento»).

Laura afirma saber que su rabia con la madre es un problema que tiene que ser superado por ella a solas: «con la mamá no se puede hablar de esto, ella es así--, y yo la quiero mucho».

Mauricio proviene de una familia de 3 hijos, siendo él el último y único varón. Su madre ocupó claramente el rol progresivo en la familia. Era una mujer fuerte, normativa, ocupada en la organización y funcionamiento familiar, así como de actividades políticas. El padre asumía un rol claramente regresivo, tanto en la diada conyugal, como en el cumplimiento de sus funciones parentales. Pasaba largos períodos fuera del hogar, para regresar luego como un fracasado, y en los últimos años, pasó largos períodos refugiado en el alcohol. La madre reforzó frente a sus hijos la imagen de un padre débil y periférico; sin embargo, Mauricio pudo acercarse afectivamente a él, antes de su muerte. A pesar de esto, aún hoy día se reprocha a sí mismo «no habérselas jugado» oportunamente para recomponer frente a la familia la deteriorada imagen de su padre, y ayudarlo «de verdad».

Como dos figuras de referencia muy significativas para la construcción de los valores propios, Mauricio contaba con un tío abuelo y un primo, ambos queridos y admirados por él. Ellos terminaron igual que su padre, fracasados, detestados y abandonados por la familia. El recuerdo de estas dos figuras aún hoy llena a Mauricio de mucha pena y desesperación: «yo intenté ayudar,.... lo hice, pero no fui capaz de defenderlos frente a los míos».

3. Interacciones relevantes.
Como señalamos, Mauricio y Laura se conocieron siendo ambos compañeros de militancia. Una de las motivaciones de Mauricio para acercarse a Laura, fue el hecho que ella era la hija de un detenido-desaparecido conocido y muy admirado por él; se formó una idea de Laura con características que él imaginó que la hija de este hombre debía tener: veía y todavía ve en Laura a la «digna hija de ...» Laura se niega a aceptar esta verdad de Mauricio; ella no desea ser sólo la «digna hija de...» para su marido. En el transcurso de las sesiones, sin embargo. Laura aceptó que supo desde siempre o intuyó que este hecho había sido un factor determinante para el acercamiento de Mauricio a ella. Afirma, no obstante, haber esperado siempre que Mauricio la hubiese elegido simplemente por ser ella una mujer.

Ahora Laura pide a Mauricio que la confirme en este su deseo: ser querida por ser una mujer. Mauricio no la confirma, ni la desconfirma; la indetermina respondiendo siempre: «no sé... no sé si te quiero... es una cosa tremenda, debo reflexionar más...». La posibilidad de aceptar que han vivido en un mutuo engaño permanece sobre ellos.

Al indagar más respecto de este mutuo engaño, a Mauricio le es aceptable la hipótesis elaborada por los terapeutas: el padre de Laura, detenido-desaparecido, no sólo le fue y le es atractivo por ser un «héroe» o un «mártir», sino que le sirve como figura y padre ideal. A través de esto, Mauricio logra reivindicar sus tres figuras masculinas débiles y fracasadas, pero muy queridas por él.

Laura misma expresa, segura de sí y de lo que dice, que para Mauricio, de las tres figuras masculinas en la familia de él, la imagen ideal de padre es el propio padre de ella.

Aunque Laura anhela de Mauricio que este la confirme en que la eligió y la quiere por su calidad de mujer, todavía ella no es capaz de renunciar a su rol de «digna hija de...». Siente celos, molestia y pudor de comparar y compartir a este padre y persona ideal con nadie: «el tótem no debe ser manoseado».

Las conductas de reserva y una sutil ironía de Laura provocan en Mauricio un verdadero estado de incapacidad; llega a un punto en que ya no le es posible entender nada; no puede, ni se atreve a confirmar ni a desconfirmar nada que tenga relación con la vida de pareja.

Ambos están dolidos, con mucho temor e inseguridad; viven su dolor a solas, en silencio. No han descubierto aún como pueden acompañarse en el dolor y las penas, que los une, y los separa al mismo tiempo.

Al percibir Mauricio su incapacidad de entregar certidumbre alguna, se siente frustrado y minusválido en relación a Laura.

Reprocha a Laura sus malos hábitos de mentir, como su postura de «aguante» con la madre. Ambas actitudes de Laura son incomprensibles para él. No corresponden a las características de una «digna hija de ...». Provocan en Mauricio un estado de gran irritación, en el que se descontrola, grita y agrede a Laura. El mismo no sabe por qué motivo reacciona tan fuerte y violentamente frente a las mentiras y actitudes de «aguante» de su mujer. Tampoco logra entender los motivos de Laura, quien aún a sabiendas de como reacciona él, prosigue sin cambiar sus actitudes, por lo menos en presencia de él.

Recién ahora Mauricio es capaz de darse cuenta que ambas conductas de Laura hacen revivir en él experiencias de dolor y frustración; vivencias repetidas principalmente con su madre desde su época de niñez. Recordando su fracaso al intentar confrontar a su madre por una mentira (de ella), así como su vano intento de ganar su cariño y cercanía: «yo intenté calentar una piedra». Mauricio delega esta tarea suya frustrada en Laura: sé tú quien reivindica un trato más digno y afectuoso con tu propia madre, y tú no puedes fracasar con ella.

Laura no sabe de estas expectativas de Mauricio. Ella sigue aferrada a su postura de no tocar ni «cuestionar» a la mamá, aunque reconoce que la mamá le ha causado mucho daño: «hoy ya la entiendo mejor, aunque me diga cosas ya no me puede dañar más».

Laura no puede darse cuenta que, mintiendo a Mauricio, está descargando sus rabias contra su madre, aplicando (dando a Mauricio) de lo mismo, y aún más, de lo que a ella misma le ha dolido tanto: mentir.

Descargándose con Mauricio le es posible ser una hija leal con su madre, entendiéndola y queriéndola tal como es: pero sobre todo le permite brindar a su madre un trato digno de una «digna esposa de...»

Visualizar con más claridad la delegación de las mutuas expectativas de la pareja y el intento de cada uno de saldar sus deudas y culpas con sus respectivas familias de origen en la relación de pareja, le permitió a Mauricio, por primera vez, ser capaz de mirar y ver a Laura como mujer, su mujer, y pedir de ella: "quiéreme".

V. Pareja de Manuela y Fernando

1. Derivación y motivo de consulta.
La pareja fue derivada a terapia familiar por el terapeuta de Manuela; esta buscó ayuda por decaimiento y un notorio incremento de las disputas conyugales.

2. Descripción de la pareja.
La pareja la compone Manuela, contadora de 26 años de edad y Femando, técnico gráfico de 27 años.

Llevan dos años de matrimonio, tienen una hija de 6 meses de edad que nació con un síndrome de Down. Viven en la casa de la familia de origen de Manuela. Ambos trabajan, por lo que la niña queda al cuidado de la abuela o algún tío materno gran parte del día.

Manuela señala que el nacimiento de la hija ha significado un gran cambio en su vida, especialmente porque la niña requiere de cuidados especiales.

Reconoce que le angustia, pero no se atreve a delegar estos cuidados en nadie. Debido a esta dedicación y al hecho que ambos cónyuges trabajan, Manuela refiere que cada vez dispone de menos tiempo para la pareja; y que ella no encuentra suficiente apoyo en su compañero para dedicarse a otras actividades y descansar. Femando, por su lado, cree que la situación no es tan crítica.

Esta es la primera vez que acuden a una psicoterapia. En el transcurso de las sesiones se observa entre ellos, a pesar de las críticas, un ambiente de gran respeto y cariño mutuo.

3. Historia de las familias de origen.
Fernando tiene como recuerdo más intenso de su hogar paterno constantes riñas y gritos. Su padre de muy humilde origen, era alcohólico, la familia siempre vivió graves carencias económicas, hasta que la madre comenzó a trabajar.

Manuela es la mayor de tres hermanos. Su padre fue detenido en 1976, cuando ella tenía 11 años y permanece desaparecido hasta hoy.

La madre se dedicó largo tiempo, casi exclusivamente, a buscar al marido. Manuela y sus hermanos se hicieron cargo de las tareas domésticas, en tanto veían a una silenciosa madre demacrarse y envejecer.

Nunca lloraron juntos, a veces cada uno lo hacía a solas. Por un tiempo los hijos fueron entregados a la familia extensa; Manuela fue a vivir con una abuela, pero ni se acostumbró allí, ni pudo aceptar el hecho de dejar sola a su madre. La familia nuclear se reunió, pero ya nada volvió a ser como antes. Cada uno parecía estar absorto en sus propias cosas sin compartir con los demás: «la casa ya no era la misma, algo había cambiado, se veía sombrío...» Manuela quiso que todo permaneciera como cuando estaba el padre y, de hecho, la ropa de él quedó tal cual hasta sólo dos años atrás (1988).

4. Historia de pareja.
Manuela y Femando se conocieron hace aproximadamente 4 años atrás, en el contexto de la organización política de la cual ambos eran miembros.

Fernando cuenta haberse sentido atraído desde que la conoció: «ella fue para mí diferente desde el inicio, yo me había hecho una cantidad de valores y en ella no tenía nada que cambiar».

Por su parte, Manuela relata: «él no me atrajo al principio, yo pololeaba con otro que fue muerto en esta época. El (Fernando) se acercó a mí, yo estaba muy mal. Se acercaba la fecha de la desaparición del papá. El me conquistó con el primer beso. Fue hermoso».

Pololearon dos o tres meses, sin conocer el verdadero nombre de cada uno. Decidieron que «eran el uno para el otro», se presentaron a sus respectivas familias y se casaron.

Hasta el nacimiento de la hija, ambos coinciden en describir la vida de pareja como «excelente». La niña nació con un síndrome de Down. Manuela relata la extrañeza de sí misma al enterarse de ese diagnóstico, y la resume diciendo: «no pude llorar». Con la crianza de la hija comienzan los conflictos de pareja.

5. Pautas interaccionales.
Desde el nacimiento de la hija, Manuela siente que dispone cada vez de menos tiempo y espacio para ella misma, por cuanto no puede contar con la ayuda de Femando para hacerse cargo de la niña. Manuela señala que Femando no podría hacerse cargo de la hija porque él es «desordenado y descuidado».

El impasse no se resuelve: Manuela «pone cara larga» y permanece en silencio, silencio que puede durar varios días. Manuela nos relata: «no puedo decirle nada porque no me toma en serio». Femando se defiende intentando explicar su propio comportamiento, pero finalmente aclara que no consigue entender el por qué ella se enoja.

Manuela no consigue explicitar a su esposo sus propias rabias, estas quedan sumergidas en el silencio: es la regla que se impuso en su familia de origen desde la desaparición del padre. Fernando no mira ni oye los reclamos de Manuela, simplemente no entiende qué le pasa a ella; se convence que los cotidianos y progresivos enojos de Manuela son detalles sin ninguna importancia.

La pareja no ha podido explicitar acuerdos de lo que es o no es importante en la vida familiar. Los conflictos a los que aluden son los de la vida cotidiana, siempre relativos a cuestiones domésticas (*)

Durante las sesiones se consiguió develar que la importancia que Manuela atribuye al orden y cuidado en la vida doméstica quedaron para ella determinados por las reglas que existían en su familia de origen.

Era su padre quien fue determinando esas reglas, quien en gran medida también ejecutaba las tareas domésticas y se constituyó en ejemplo en este ámbito para sus hijos. Esto llena a Manuela de orgullo.

Constantemente compara el desempeño de Fernando en el cumplimiento de las funciones paternales y domésticas con la imagen que ella guarda de su padre. Esta imagen es perfecta y además incompartible: debido a una suerte de pudor, ella siente que esta imagen pudiera ser trivializada.

Manuela expresa en la terapia que ha sentido que la «rodea un muro» que le impide decir y mostrar sus sentimientos a Fernando. Se queda esperando que Fernando sea quien se dé cuenta que algo importante pasa con ella.

Fernando, por una parte, cuenta sólo con los carenciados modelos paternales domésticos de su propio origen; por otra parte, lo invade la angustia por lo que el sabe que existe en ella, un gran dolor. La mayor certeza que invade a Fernando acerca de este dolor es que es inabarcable e infinito; el deseo de acogerlo y compartirlo se torna entonces en impotencia. Intentando aliviar la tensión conyugal (y llevado por los modelos de su origen), Fernando trivializa la situación, lo que aumenta los resentimientos de Manuela.

Y toda esta dinámica va siendo incorporada a las reglas del silencio.

La situación se hace cada vez más incomprensible para Femando, lo que lo hace sentirse cada vez más alejado de su mujer. En Manuela aumentan los sentimientos de soledad y abandono («... el me abandona cuando más lo necesito...»); ella se ensimisma progresivamente y se toma cada vez más inalcanzable para su esposo que no sabe ya más como acogerla y ayudarla.

6. Situación al final de la terapia.

Fue resumida por los cónyuges de la siguiente forma:

  • Manuela: «La situación entre nosotros no sé si es igual o diferente, porque igual peleamos. Pero ahora entiendo lo que es pelear y conversar».
  • Femando: «No está ya en discusión seguir juntos o no. Ahora sé que la vida tiene problemas y que no se pueden negar. El problema es cómo enfrentarlos».

Están acordando horarios para la hija, tienen planes para su futuro para lo cual están empeñándose, por ejemplo, en la compra de una casa propia.


Notas

1. Pereira, P. «Desde la injusticia y el dolor». En «Derechos Humanos : todo es según el dolor con que se mira». ILAS. Santiago, 1989.

Martínez, V. «¿Es lindo ser grande?» En «Era de nieblas» Ed. Nueva Sociedad, Caracas, 1990.

Bierdermann, N. «Una visión sistémica de la segunda generación de familias de detenidos-desaparecidos». ILAS. Ponencia en el 11 Seminario de la Región del Maule: «Derechos Humanos, Salud Mental, Atención Primaria: Desafío Regional», 1991.

Lira, E. et al. «Psicoterapia de víctimas de represión política bajo dictadura : un desafío terapéutico, teórico v político». En «Derechos Humanos : todo es según el dolor con que se mira». ILAS, Santiago, 1989.

2. Laing, R. «La voz de la experiencia». Ed. Crítica, Grijalbo, Barcelona, 1993.

Maturana, H. «Biología de la cognición y epistemología». Ed. Universidad de la Frontera, Temuco, 1990.

Vuskovic, S. Comentario a «Un viaje muy particular». En «Tortura : aspectos médicos, psicológicos y sociales». CODEPU, Santiago, 1990.

(*) Por esto hablamos de «violencia» y no de «agresión» para distinguir el elemento de acción deliberada por parte de los victimadores.

3. Respecto de la relación familia-entorno social tenemos que considerar que el conjunto familiar dañado por la represión va quedando marcado al interior de la sociedad por las barreras de la estigmatización, la marginalidad y el encapsulamiento. Los dos primeros conceptos distinguen dos aspectos del conjunto de acciones de exclusión social, económica y política implementada por el poder. El encapsulamiento es la membrana protectora que la familia coloca en la interfase social producto del miedo y del desamparo. Se podría decir que la familia reprimida es puesta en situación de estigmatización y marginalidad y es compelida a ponerse a sí misma en situación de «encapsulamiento». Faúndez, H. «El lenguaje del miedo». En «Era de Nieblas». Ed. Nueva Sociedad, Caracas, 1990 y en «Persona, Estado, Poder» Vol. I. CODEPU, Santiago, 1989.

4. Faúndez, H. «Adolescencia en familias reprimidas». En «Tortura : aspectos médicos, psicológicos y sociales». CODEPU, Santiago, 1990.

5. Barudy, J. «El dolor invisible de la tortura en las familias de exiliados en Europa» CODEPU, Santiago, 1990.

6. Boszormenyi, I. «Lealtades invisibles». Ed. Amorrortu, Buenos. Aires, 1983 .

(**) Una reflexión adicional podría merecer el hecho que el poder que aniquila y disocia ha querido presentarse a sí mismo en la figura de un pater autoritario y fuerte, pero legítimo, que se sacrifica en aras del «bien común». El padre que es desaparecido por ese poder, también se ha (o fue) sacrificado en aras de ideales superiores.

7. Minuchin, S. «Técnicas de Terapia Familiar».

Fischman, H.CH. Ed. Paidos. Barcelona - Buenos Aires, 1984.

Bowlby, J. «La pérdida afectiva : tristeza y depresión». Ed. Paidos y Hormé, 1977.

Biedermann, N. Op. cit.

8. Amati, S. «Aportes psicoanalíticos al conocimiento de los efectos de la violencia institucionalizada». En «Era de Nieblas». Ed. Nueva Sociedad, Caracas, 1990.

9. Laing, R. Op. cit.

10. Zuk, G.Boszormenyi-Nagy, I. «Terapia Familiar y familias en conflicto». Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1985.

11. Maturana, H. op. cit.

12. Laing, R. «El yo y los otros». Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1974.

13. Faúndez, Hering, Balogi. Op. cit.

[+] «El sufrimiento sólo puede tener sentido cuando no conduce a la muerte, pero conduce a ella casi siempre». Malraux, A.«La condición humana».

14. Martínez, V. Op. cit.

[**] Con quien se han hecho también sesiones individuales durante varios meses.

(*) La exploración en las sesiones no reveló ninguna dinámica culposa por la enfermedad congénita de la hija.


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 05abr02
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