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Tortura: algunos aspectos de la experiencia médica(*)
La tortura se instaló en Chile, el 11 de Septiembre de 1973. Antes de esa fecha no la conocíamos. Como médicos jamás habíamos atendido a algún paciente cuyos síntomas pudieran haber sido causados por la agresión directa, voluntaria, lúcida y consciente de otro ser humano.
No aprendimos esta materia e ignorábamos la forma de tratar los síntomas, los efectos, el daño biológico y psicológico que provoca, y las importantes secuelas que puede llegar a producir.
Hoy, casi diez años después, no sólo la conocemos, sino que tenemos amplias casuísticas de atención de víctimas de esta agresión. Conocemos las técnicas usadas para hacerla más nociva y el refinamiento de ellas para que no dejen huellas visibles que denuncie su acción.
De acuerdo a nuestros exámenes y a las declaraciones de los prisioneros que tienen el coraje de testimoniar, las hemos clasificado en largas listas, como torturas físicas (que agreden directamente el cuerpo del detenido), psicológicas, sexuales, biológicas, aplicadas en forma simultánea o separadas, por días, por meses, por horas. Han alcanzado refinados métodos de deprivación sensorial, venda, aislamiento, silencio, condicionamiento, privación del sueño, manipulación psicológica, utilización de técnicas de grabación y filmación, drogas, etc. Sin dejar de lado las agresiones físicas (golpes, electricidad, colgamientos, asfixias, quemaduras) cuando los sofisticados métodos extraídos del campo de la psicología experimental no producen los efectos y resultados buscados: delación, reconocimiento de culpas, quiebre, anulación como opositor y, en no pocos casos, cambio como ser humano, al transformarlo en colaborador.
Hemos ido conociendo también, sus síntomas y manifestaciones. No necesitamos de señas o secuelas físicas para diagnosticarla. Sabemos lo que esos prisioneros han vivido, a lo que han sido sometidos. Podemos a veces, sospecharlo con sólo mirar su expresión, observar la psico motilidad de aquel que recién ha sido liberado de los centros secretos de interrogatorio y tortura y que en silencio expresa, sin hablar, todo el horror de lo vivido. Conocemos sus efectos, sus mecanismos de daño. Estos son inconmensurables, variados, íntimos, diferentes en cada torturado, ya que agreden la totalidad del individuo cualquiera sea la maniobra o técnica utilizada. El daño que origina es particular, según sean las características biológicas, psicológicas e ideológicas del detenido que ha sufrido la agresión.
Importa, por lo tanto, además del tiempo de aplicación y del tipo específico de técnica, el significado que para cada individuo tiene el acto de tortura, el momento vivido, el daño recibido, así como la forma en que se com- portó, en que resistió o habló. A veces bastan horas, un día de tortura, para desestructurar profundamente a un ser humano.
Hemos avanzado: conocemos sus manifestaciones, sus mecanismos psicopatológicos y no dejamos de buscar incansablemente nuevas técnicas terapéuticas para reparar el daño. Pero aún con todo nuestro trabajo científico no dejaremos nunca de asombrarnos, de dolemos, no sólo por el daño causado directamente al afectado, sino porque este daño alcanza a la familia, que ha vivido angustiosamente esta etapa y que seguirá conviviendo en adelante con un ser, en alguna forma, "modificado"; a la sociedad entera, que sabe y calla, que tiene miedo y se inmoviliza, y bien sabemos que esta actitud ambivalente causará más tarde algún tipo de confusión, de duda, de culpa, que alterará profundamente la convivencia social. Pero este daño además, alcanza cotidianamente a las personas que incansablemente y desde el primer día, han trabajado para denunciar, terminar y abolir la tortura. Ellas, además de estar permanentemente ante el horror de su presencia, se enfrentan día a día a su propia impotencia, a su aislamiento, a lo cual se agrega con frecuencia, amenazas y persecuciones y no rara vez, viven la burla y la indiferencia, lo cual aumenta el dolor de pertenecer a una sociedad que tortura.
Luego del 11 de Septiembre, habíamos conocido por el relato de colegas y amigos que fueron detenidos los primeros días, algunas descripciones de tortura, pero no queríamos creerlo. Poco tiempo después, el Comité Pro Paz nos solicitó atendiéramos algunos casos. Con incredulidad escuchamos los primeros relatos de síntomas propios de lesiones traumáticas en prisioneros que habían permanecido colgados por horas o días, de pies y manos, que habían sido golpeados. Con objetividad, el examen médico y neurológico confirmaba la veracidad de estos relatos. En otros, encontramos las marcas evidentes dejadas por las ligaduras, muchas veces con alambres de púas, en muñecas y tobillos. Comprobamos varias .cicatrices de quemaduras y no olvidamos a esa madre que nos llevó a sus hijas, de 16 y 18 años, con sus pechos lacerados por cigarrillos que habían sido apagados sobre ellos.
En la mayoría de los liberados existía pudor, mezcla de desconcierto, incredulidad, pena o rabia por lo vivido y no llegaban a comunicar su experiencia. Por nuestra parte, el examen era cohibido, no nos atrevíamos a hacer preguntas debido a nuestro sentimiento de incapacidad para conducir adecuadamente la reacción angustiosa que acompañaba a la rememoración de esta experiencia. Porque aquí no se trata solamente de un dolor, de una cicatriz, de una quemadura producida por un agente exterior, por una casualidad o accidente, sino que se trata de un daño adquirido en un acto de tortura. Acto de tortura en que otro hombre es el agente etiológico que tiene todo el poder y que utiliza, como único vehículo para relacionarse con otro hombre, la agresión-destrucción.
Esta agresión-destrucción, en el momento de la tortura, está focalizada sobre el prisionero, el cual está individualizado y solo frente a sus interrogadores. Sobre él aplicarán una o múltiples técnicas específicas para cumplir sus objetivos. De este modo, la cicatriz no significa la única secuela, porque mediante este acto se daña además la sensibilidad, la afectividad, el sentido de la realidad, la conciencia, el pensamiento, la dignidad, el lenguaje, la comunicabilidad, los valores, los objetivos, el sentido de lo humano. El acto de tortura representa, por lo tanto, todo un sistema de perfeccionamiento que al agredir al hombre, a través de otro ser humano, no sólo provoca un dolor corporal somático, físico, sino un dolor en el terreno de lo afectivo, lo moral, lo ideológico.
En las primeras épocas y desgraciadamente todavía, algunos cuentan sollozando su desgarramiento por haber entregado información. Otros, a pesar de las brutales torturas físicas, de las diversas torturas psicológicas e increíbles secuelas, se sienten más seguros de sí mismos, de sus ideales y mantienen su decisión de seguir.
Todos estos hechos, formas de agresión, daño, reacciones y comportamientos, crearon en nosotros, por esa época, el germen de importantes interrogantes que nos conducirían a planteamos hipótesis que estábamos en la obligación de dilucidar. ¿Qué había en uno y otro individuo que los hacía asumir conductas tan dispares, qué sentían, qué vivenciaban, qué sucedía con los torturados, por qué algunos enfermaban gravemente, por qué otros podían resistír, qué mecanismos permitía a algunos no sufrir una descompensación psicológica y qué pasaba con los que se descompensaban? ¿Cómo había actuado el torturador? ¿Quién era esta nueva clase de hombre, cómo se había preparado para agredir, y por sobre todo, cómo podríamos preparamos para enfrentar consecuentemente los problemas diagnósticos y terapéuticos planteados por este nuevo tipo de enfermedad?
Hemos avanzado, indudablemente, en el conocimiento de los mecanismos intrapsíquicos que llevan a la desestructuración, en el conocimiento íntimo de los variados aspectos de la personalidad de cada torturado que le dan su sello tan propio de vivenciar, reaccionar y comportarse en ese momento tan particular y, después, en el curso de su vida. Así, en numerosos casos, hemos podido comprobar que años después de haber vivido esta experiencia y de haber mejorado clínicamente de un síndrome post-tortura, las molestias reaparecen frente a situaciones estresantes, de intensidad mucho menor que la experiencia de la tortura. La sintomatología correspondiente a una o varias lesiones ya experimentadas ha vuelto a aparecer con las mismas características previas. Es como si constantemente el estrés reactivara un punto débil y más susceptible de alterarse con un estímulo nuevo y totalmente diferente: labilidad neurovegetativa con transpiración, taquicardia, aceleración del tránsito intestinal, molestias de orden psicosomático, dolores, amenorreas o metrorragias, impotencia sexual en el hombre, frigidez en la mujer, cólicos diversos, desmayos, parestesias, e incluso, síndromes de apariencia psico-orgánica que reaparecen en situaciones conflictivas de la vida normal. A este síndrome que representa "una recaída", sin mediar una nueva lesión, lo hemos llamado Fijación de síntomas.
Sus mecanismos parecen obedecer a una incapacidad o déficit para olvidar, entremezclándose probablemente, una memoria orgánica profundamente arraigada y un deseo de no olvidar, movilizado psico-ideológicamente.
Hemos avanzado en la sistematización de los efectos, en la descripción de nuevos cuadros psicopatológicos, en la demostración de la importancia de un agente exterior de carácter sociopolítico como causante de una enfermedad. Observamos cuadros neuro-psiquiátricos que jamás se pensaron tuvieran este origen: psicosis reactivas y síndromes orgánicos inmediatamente después de la experiencia de tortura o más frecuentemente, años más tarde de haberla sufrido (1).
Hemos encontrado síndromes en todo similares a los descritos en la Psiquiatría clásica, como consecuencia de un daño cerebral irreversible por lesión directa de las neuronas. Lo peculiar está en que siendo en todo similares clínicamente, son reversibles y causados, como dijimos, por un agente exógeno. Incluyen desestructuración del pensar, transtornos mnésicos graves, desorientación témporo-espacial, reacciones catastrófales ante dificultades mínimas, insomnio pertinaz, labilidad emocional con llanto incoercible.
Sin duda, sabemos más que hace 10 años.
Pero aún así, cada caso es distinto y representa un nuevo desafío. Y por otra parte, el aparato represivo chileno se perfecciona día a día. En su equipo trabajan no sólo especialistas en técnicas de interrogatorio, sino que también médicos, psicólogos, "profesionales de la tortura" con sofisticados equipos y lugares secretos de reclusión.
De modo que si bien hemos progresado y, en algunos casos, somos capaces de reparar el daño, como médicos sabemos que para curar no basta calmarlos síntomas, describir, sistematizar. Es preciso además, combatir el agente etiológico. Erradicar las verdaderas causas de la enfermedad.
Notas:(*) Inédito. Santiago de Chile, 1983.
1. En un artículo aparecido en The New England Joumal of Medicine, Volumen 307- Nº 21 del año 1982, los autores Jensen, Genefke y colaboradores demuestran, en un estudio realizado en 5 pacientes sometidos a torturas físicas y psicológicas y entre los cuales se encuentran 2 chilenos, una atrofia cortical difusa.