Persona, Estado, Poder
Terapia de torturados: Una reflexión de la práctica humana

Terapia de torturados: Una reflexión de la práctica humana (*)

La práctica de la tortura ha estado siempre presente en la Historia de la Humanidad "sobre todo cuando la ideología en el poder la hace necesaria para mantenerse, para someter, para eliminar toda oposición a ella". Esta afirmación, sin embargo, no nos puede llevar pasivamente a considerar su presencia como hecho consumado y por tanto inmodificable. Muy por el contrario, la práctica de la tortura debe insertarse para su comprensión y estudio, primero, en la historia social de la humanidad y segundo, en el momento de desarrollo histórico - social y político del país donde aparece. Estas aseveraciones implican preguntamos y obligadamente respondemos a qué se debe su reaparición en América Latina por allá por los años 60 en Brasil y más tarde en otros países de la región. ¿A qué se debe además su reaparición en forma tan preparada, elaborada, sofisticada, no sólo en sus técnicas sino además en los funcionarios que la ejercen?

Hemos llegado a la conclusión que no se puede tratar la tortura sin conocer sus orígenes, sus causas o si se quiere -para hablar en términos médicos", su etiología.

En Chile la tortura se instaló brutalmente el 11 de Septiembre de 1973. Como médicos nos vimos súbitamente enfrentados a ella, no sólo por los efectos y síntomas que provocó en los que la sufrieran sino porque además representó para nosotros un "hecho psico-sociopolítico, en que lo humano, como un todo, fue sometido a una situación extrema de represión". Bruscamente nos vimos solos, frente a seres desgarrados, heridos, lacerados, no sólo físicamente, ya que como veríamos más tarde, la tortura no solamente produce dolor en el terreno de lo biológico sino además, produce principalmente un dolor o un rompimiento a nivel del universo de los afectos, pero por sobre todo trastoca valores y derrumba o destruye la confianza que cada ser humano tiene en el otro. En efecto, el hombre que sufre es agredido en su totalidad como ser humano.

Este acontecimiento nos sobrepasa como médicos o profesionales del campo de la neuropsiquiatría. Desde luego, jamás en nuestra práctica habíamos atendido a un hombre cuyos síntomas y signos hubiesen sido provocados por otro hombre de modo directo y en forma lúcida y consciente, y por otra parte, la sintomatología presentada no tenía ninguna relación de causa a efecto.

Era evidente que el campo de la medicina restringida a lo patológico del hombre concreto quedaba estrecho y que el fenómeno de la tortura sobrepasaba ampliamente su dominio. Lentamente la práctica nos llevó a plantearnos que para entenderla debíamos ampliar no sólo los conceptos médicos sino que para dar una respuesta eficaz de asistencia teníamos obligadamente que estudiar y aplicar conceptos sociales, políticos, económicos, en lo general (1); y en lo que se refiere específicamente a los hombres en juego (torturado-torturador-terapeuta), conocer no sólo la patología o mecanismos patológicos, sino también aspectos ideológicos, filosóficos además de los biológicos, afectivos y técnicos.

Todo lo que hasta ese momento sabíamos era absolutamente insuficiente y sentíamos el desafío de buscar una neuropsiquiatría que tomara al hombre como un todo e inserto en la sociedad, para poder explicar este mecanismo de agresión del medio y la respuesta del hombre y así sucesivamente en una dialéctica de continua acción y reacción.

Numerosas Escuelas Psicológicas ya nos habían señalado la importancia de la cultura y el medio en la conformación de una personalidad bien integrada. Especialmente la Escuela de Ginebra a través de su Teoría del Aprendizaje, desarrollada por métodos científicos, había demostrado que el proceso de socialización "es lo que modifica la mayoría de los caracteres psicológicos", señalando además que "la socialización no se reduce a las relaciones espirituales o materiales ejercida por los adultos en el seno de la familia o en la Escuela, sino que es un continuo intercambio entre individuos". Pero no conocíamos una Teoría Psicológica que enmarcara su terapia en una concepción antropológica totalizadora en que la problemática a estudiar saliera del marco filosófico - técnico - existencial y se insertara en la práctica cotidiana "de lo vivido", de lo experimentado día a día por cada hombre. Algunas escuelas que sí lo habían hecho, en el campo de la interpretación introducían explicaciones idealistas para analizar fenómenos concretos.

Nos enfrentábamos a cuestiones tales como ¿Qué había en uno y otro individuo que los hacía vivenciar, reaccionar y comportarse en formas tan dispares frente a la experiencia de tortura? ¿Por qué algunos se enfermaban, por qué otros en cambio, a pesar de todo lo vivido, salían fortalecidos? Poco a poco fuimos conociendo los efectos de la tortura, las numerosas y sofisticadas técnicas utilizadas para realizarla, sus mecanismos de daño. Ellos son inconmensurables, variados, íntimos, diferentes para cada torturado ya que agreden a la totalidad del individuo cualquiera sea la técnica utilizada (física, psicológica o sexual). El daño que origina es único y específico para cada ser humano agredido. No importa por lo tanto ni el tiempo ni la técnica utilizada sino el significado que para cada individuo tiene el acto de tortura. El momento vivido, el por qué de lo vivido, así como la forma en que se comportó, en que resistió.

Para entender este significado y los mecanismos que desencadenaron una determinada alteración era necesario el estudio del torturado en su totalidad, su historia de vida, origen, las instituciones donde se había desarrollado, núcleo social o familiar, en suma, cómo se había realizado su proceso de individualización. Frente a este análisis longitudinal del ser humano había que estudiar o tratar de entender el sistema de sociedad que había establecido la dictadura y en forma especial llegar a conocer su aparato represivo, sus organismos, técnicas, funcionarios, así como la ideología que los llevaba a realizar la tortura. Se nos hizo evidente que para entender el daño provocado y ofrecer una terapia completa, "la contradicción principal a investigar era el análisis evolutivo del proceso establecido entre el sujeto reprimido - torturado y el aparato represivo - torturadores". Ambos además con sus respectivos antecedentes biográficos e históricos.

Luego de atender durante tos primeros años a un importante número de torturados que venían saliendo de las cárceles y habían sido expulsados al exilio, logramos precisar que los mecanismos que habían desencadenado sintomatología eran diferentes a los habitualmente conocidos y que además en ellos, el factor ideológico jugaba un rol predominante, no sólo como elemento desestabilizador sino también como núcleo central en el cual tenían que apoyarse a menudo aspectos importantes de la terapia.

Ya habíamos determinado que no existía un síndrome post - tortura, que no era posible realizar una tipología ya que el "pathos" tortura tiene principalmente una génesis valórica en cuanto es producto de una agresión humana sistemática, es decir, determinado por un sistema social concreto. La forma de enfrentar esta agresión dependía de lo que el individuo era o había llegado a ser, así como lo que había llegado a elegir como su propio proyecto de vida en el momento preciso en que había sido ubicado, individualizado, aislado, por el aparato represivo y se encontraba solo e indefenso frente a otro ser humano que también tenía su origen y formación y que usaba con él, como único instrumento para relacionarse, la agresión-destrucción.

Asimismo, la tortura llega a provocar trastornos serios del aprendizaje 'en niños torturados, fobias, cuadros confusionales agudos, etc. (sin dejar de nombrar todos los cuadros angustiosos-depresivos y psicosomáticos, los más frecuentes producidos por ella).

La aparición de esta patología nos llevó a afirmar que los mecanismos que habían desencadenado sintomatología eran diferentes a los habitualmente conocidos. No todos aquellos que sufrieron trastornos psico-orgánicos habían sufrido tortura física, por ejemplo. Las explicaciones sacadas exclusivamente de las teorías médicas fisiológicas se nos hicieron insuficientes y a este respecto se abre un amplio campo a investigar. Debemos señalar que no siempre la tortura provoca daños psicológicos o neuropsiquiátricos profundos. Por el contrario, hay presos políticos que han salido fortalecidos como seres humanos después de vivir esta experiencia, si bien la tortura siempre, cualesquiera sea la técnica utilizada, conlleva o significa un sufrimiento en el momento que se vive y quedará por siempre grabada como una experiencia humana traumática difícil de asumir o de comprender.

Después de atender a un número significativo de ex-prisioneros torturados (en estos momentos nuestra experiencia suma 400 casos) podemos concluir que el daño o secuela física alcanza a sólo una pequeña proporción (10 a 15%) y en cuanto al dolor somático podemos decir que es el que más rápidamente pasa, pero el que no tan fácilmente se olvida generando síntomas fóbicos (2). El alto porcentaje de daño está en el campo neuropsiquiátrico y el gran desafío por lo tanto es la psicoterapia del torturado, la que indisolublemente deberá unirse por todo lo anteriormente explicado, a una nueva psiquiatría. Esta nueva psiquiatría deberá tener una concepción totalizadora del mundo humano.

La terapia del torturado y su familia, así como la reparación del daño provocado a la sociedad toda constituye hoy día para nosotros como profesionales el problema principal. Analizaremos algunos aspectos de este problema.

La terapia o "ecuación personal" se da aquí entre torturado - terapeuta. Queremos señalar los motivos más frecuentes por los cuales los torturados recurren a una consulta médica. Ellos, por supuesto, difieren en gran medida de los motivos habituales de un consultante común:

  • Pedir ayuda de todo tipo (dinero, casas de seguridad, ropa, traslado de lugar, etc.).
  • Secuelas físicas visibles o secuelas físicas persistentes. .
  • Alteraciones psicológicas de menor o mayor magnitud, secundarias a persecución, tortura, exilio, marginalidad, cesantía.
  • Alteraciones psicológicas profundas que han provocado desestructuración en la personalidad.
  • Alteraciones en relación con otros individuos o con la sociedad
  • Alteraciones con su grupo familiar o de inserción humano-política.

Nótese que sólo a algunos niveles hay necesidad de psicoterapia. Frente a las necesidades o requerimientos más arriba señalados veamos ahora los factores que influyen en la relación del terapeuta por parte del torturado (cuando esta posibilidad existe). Se nos ha hecho evidente que el torturado luego de su experiencia presenta siempre lo que hemos llamado "trauma de la confianza genuina en el ser humano" y que por este motivo aunque él haya podido "elegir" el "encuentro terapéutico" parte desde el comienzo mutilado. Específicamente en la comunicación.

Esta mutilación se produce por la necesidad del torturado de resguardar su seguridad para poder sobrevivir, sobre todo cuando estando libre, sigue viviendo bajo el Régimen que lo torturó. De lo anterior deriva obligadamente un problema: la elección del terapeuta, lo que introduce otro elemento a considerar en esta relación tan particular.

A lo largo de todos estos años, se nos ha hecho evidente que en muchas ocasiones una reparación efectiva del daño no necesita de un profesional medicó o de un técnico, sobre todo si éste desconoce el problema. De hecho hemos comprobado el enorme valor terapéutico que tienen los grupos de pertenencia natural del hombre torturado, como son:

  • los grupos de pertenencia político
  • ideológicos, los "ghettos" de exilio
  • retorno o los "ghettos" del propio país
  • marginalizados socialmente, producto del estado represivo,
  • y por último la familia nuclear o la familia extensa.

Pero aún así hay personas que necesitan un proceso terapéutico individual y en tal caso subsiste el problema de la elección, lo que conlleva obligadamente a la discusión de la neutralidad en Ciencias Humanas. En el tema que estamos tratando este problema se abre por entero y su respuesta nace desde la práctica misma. En efecto, en esta "ecuación personal" quiéralo o no el terapeuta, el compromiso social así como el abordaje del campo político ideológico resulta ineludible para el torturado lo que conduce obligadamente al terapeuta a conocer estos problemas y por lo tanto a tener una postura frente a ellos. Por otra parte, el terapeuta quiéralo o no, también está incluido en el sistema ideológico social imperante - la dictadura - y por lo tanto forma parte obligada del "sistema humano a estudiar".

En lo que se refiere a nuestra experiencia debemos decir que nosotros, terapeutas-investigadores, hemos sido obligadamente actores dentro de la realidad a estudiar, portante también somos objeto permanente de análisis. A lo anterior hay que agregar que la mayoría de los terapeutas de una forma u otra, salvo los que forman parte del sistema social dominante, (y en ese caso de ninguna manera serán elegidos) han sido y son "sujetos de represión". Este hecho, al tiempo que facilita el proceso del conocimiento de las múltiples acciones interactuantes que desencadenan los mecanismos psicopatológicos a estudiar, exige como dice Darcy "un distanciamiento que permita observar y discutir los fenómenos sin marginarse tanto que se deforme la realidad o al contrario sin aproximarse tanto que se pierda la capacidad reflexiva al ser invadidos por los sentimientos y reacciones que la realidad nos impone".

Por último queremos decir que a lo largo de este proceso nosotros, como "terapeutas", compartimos con nuestros pacientes torturados la imperiosa necesidad de cambiar la sociedad en que vivimos. Esto significa concebir la mejoría no como una adecuación exitosa a la sociedad, sino que por el contrario, pensamos que la verdadera curación del hombre torturado, para hablar en términos médicos, se logrará cuando éste vuelva a adquirir confianza en sí mismo y en el otro, siendo nuevamente capaz de elegir, decidir y actuar por sí mismo, en un proceso de cambios humanos favorables a su especie en los cuales inevitablemente tendrá que modificarse la estructura de la sociedad en que vivimos.


Notas:

(*) Presentado en el Seminario Internacional "La Tortura en América Latina", Buenos Aires, Argentina. Diciembre de 1985. Publicado en "Seminario Internacional. La Tortura en A.L.". Ediciones CODESECH, noviembre 1987, Argentina.

1. Para entender por ejemplo, por qué de nuestros primeros 300 casos atendidos, un 80% correspondía a la clase proletaria, por qué el comportamiento de un obrero era tan diferente al de un profesional frente a la tortura, por qué había elementos tan específicos en el comportamiento de las mujeres; qué importancia tenía la claridad política ideológica y la forma en que ésta había sido asumida para enfrentar el interrogatorio.

2. Desconocemos estudios que demuestren secuelas médicas a largo plazo, pero sospechamos fuertemente esta posibilidad.


Editado electrónicamente por el Equipo Nizkor- Derechos Human Rights el 21feb02
Capitulo Anterior Proximo Capitulo Sube