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18oct14


Memorias del ama de llaves de Klaus Barbie


A principios de 1978 a Claudina C. le llegaron buenas noticias. Sus vecinas, un grupo de voluntarias católicas le anunciaron que una pareja de alemanes precisaba de un ama de llaves… y ellas podían recomendarla. Fue un año difícil para esta mujer, porque el trabajo se había hecho esquivo, pese a su experiencia en cocina internacional y en atención a familias extranjeras.

Por eso, la promesa de las religiosas europeas eran alentadora: "personas mayores, amables, cumplidas y acostumbradas a viajar, con frecuencia, largos viajes". Claudina no imaginó que a sus futuros empleadores les esperaban sus últimas y más duras travesías. También para ella venían cambios.

Pese a las apariencias, éste no iba a hacer un trabajo ni apacible, ni rutinario, ni mucho menos duradero. Ya el día en que la "señora Guelly" le abrió las puertas de su casa en el barrio cochabambino de Cala Cala, el nombre de Claudina empezó a sonar distinto. Con un tono y un acento francés, pasaron a llamarla "Clodine". "Lo primero que me sorprendió fue la extrema educación y amabilidad entre ellos y con todos. Me comunicaron una regla de la casa: 'prohibido tener jetas' y siempre había mucho silencio", cuenta.

Recuerda que ingresó a una casa de dos pulcros pisos en la que progresivamente iría conociendo lugares sorprendentes. "Arriba tenían su departamento muy bien arreglado, abajo eran más depósitos y su jardín. Nunca supe qué había en algunos cuartos", relata.

Pero el trabajo de cualquier ama de llaves siempre espera extravagancias. Lo que de principio Claudina no sabía era que su nuevo jefe tenía una destacada presencia en una infinidad de libros de historia "¡Qué fama la que había tenido don Klaus!, pero él y su señora eran demasiado amables. No he conocido personas tan buenas y que traten mejor al empleado", admite Claudina.

Cuenta que, ajena a los secretos de los dueños de casa, se hizo parte de la vida de los Altmann, como dijeron que se apellidaban. Poco a poco, se le fue confiando la escrupulosa limpieza de las habitaciones. "Al cabo de un tiempo me enseñaron cómo cuidar la vajilla. Tenían una hermosa cristalería… muy fina y variada. Casi siempre usaban bandejas de plata, ¿Qué habrá sido de esa vajilla?", se pregunta.

En aquel tiempo de gratas sorpresas, "Clodine" pasó a estar impactada por la sala de la vajilla, a conocer el cuarto con el baúl de las joyas. El trato afable de la señora Altmann había alcanzado matices de confianza. "Doña Guelly tenía bellas joyas. A veces habría su caja y llamaba para que vea cómo le quedaban. También me las hacía probar, era muy educada. ¿Qué habrá sido de esas joyas? ¿Que habrá pasado con tanta riqueza?", se pregunta.

Las siguientes sorpresas que custodiaban los Altmann estaban en los roperos y en las repisas. Cuando doña Claudina accedió a ellas se informó de que el señor Klaus era militar. Dejó entonces de sorprenderse por una boina y una "especie de uniforme" que él atesoraba. Pero hubo un abrigo, que le despertó un interés particular.

Altmann poseía un grueso impermeable, cuyo peso sorprendió a Claudina la primera vez que tuvo que ordenar el ropero. Algún tiempo después, cuando la pareja viajó, le encargaron un embalaje y ella se animó a una travesura: estaba ordenando el ropero y encontré el abrigo. Me lo probé. Tenía bolsillos por todos lados y de todos los tamaños, hasta en las mangas. Seguro eran para llevar balas. Lo peor fue que no podía sacármelo. Siempre pensé que hubiera sucedido si me encontraban", recuerda.

Pero Altmann también sorprendió a su empleada con un singular ofrecimiento. Ella cuenta que un día llegó, como siempre, a las 07:00, tenía los ojos hinchados. Los días previos, una malhumorada familia se había ensañado con sus cuatro hijos mientras Claudina trabajaba. Les impedían jugar y en un arranque de perversidad mutilaron la cola del gato de la familia. Tras el hecho mantenían amenazados a todos.

"Fue cuando don Klaus me dijo: 'si alguien la molesta, tiene que avisarme… me avisa nomás'. Más bien que no me quejé mucho, tal vez después a mis hijos y a mí nos hubiesen perseguido", hasta hoy le queda la duda si Altmann tuvo que ver con el cambio que se dio en el vecindario, ya que no solo se ganó la armonía, sino también que la mascota volvió a transitar por techos y patios, aunque sin cola.

La experiencia le sirvió a Claudina para enterarse por boca de los guardias, que su empleador "era quien pisaba fuerte en la 'séptima' (VII División del ejército)". Otras personas también le empezaron a contar que hasta había peleado en una guerra y que varios extranjeros querían juzgarlo. Cuando alguna vez le tocó el tema, la esposa de Altmann reafirmó dos sentencias "Así es la política" y "Hay veces en que se deben cumplir órdenes superiores".

Pronto el destino hizo que el ama de llaves compruebe la influencia de "don Klaus" en las dependencias castrenses. Era cada vez más frecuente la llegada de periodistas que querían entrevistarlo. La negativa empezó a precisar de guardias y, luego de operativos.

"El señor Altmann llamaban a la VII División mientras yo tenía que mirar a través de las cortinas y avisarle", cuenta Claudina. Los problemas se acentuaron a principios de 1981, el año en que las sorpresas ensombrecieron la casa. Una mañana se presentaron en la puerta dos periodistas e insistieron en entrevistar a Klaus Altmann. Después se sabría que se trataba de Peter Mc Farren y una reportera del New York Times.

Claudina señala que, mientras iban y venían las consultas, Altmann llamó a la VII División de Ejército y se puso a dar órdenes. Poco después irrumpieron en el barrio un jeep y un camión militar ocupados por civiles armados. Los periodistas fueron trasladados a la "séptima", donde se les sometió a un duro interrogatorio. A Claudina le contaron que "a los molestosos los llevaron a dormir en las caballerizas del regimiento".

A las preocupaciones se sumó el dolor extremo. Klaus Georg, de aproximadamente 35 años, uno de los hijos de Altmann, aficionado al paracaidismo y a los deportes extremos, llegó de Santa Cruz, trayendo un ala-delta para probarlo en las pendientes que delimitaban el valle alto. Lo que debía ser un día de campo familiar se convirtió en tragedia. Antes del vuelo abrieron una botella de vino y los tres compartieron un brindis. Luego, los Altmann vieron quebrarse en el aire la estructura del ala-delta y caer fatalmente a su hijo.

"Lloraron durante mucho tiempo y nuca se pudieron recuperar. Desde entonces encendían velas junto a una bandeja de plata y a la botella de vino del último brindis. Lo hacían todos los días. Querían sentir la presencia de su hijo". Definitivamente, no eran buenos tiempos, Regine Guelly Altmann empezó a padecer de cáncer y a precisar la ayuda de una enfermera. Algunos meses más tarde, Klaus le informó a Claudina que la señora Guelly había sido internada en La Paz. Le explicó además, que había conseguido un trabajo en la sede del gobierno. La relación con la singular pareja finalizó con la ayuda al embalaje y traslado de sus pertenencias.

A mediados de 1982, la visita de Klaus al nuevo presidente y ex comandante de la "Séptima", general Guido Vildoso, fue destacada por la prensa. Jamás olvidará esa mañana en la que una vecina buscó a la exama de llaves para mostrarle unas fotografías y unos recortes. "¡a ver mirá para quien has estado trabajando. Éste había sido un matón!", me dijo la señora de la tienda.

Así me enteré de que apellidaba Barbie y lo acusaban de haber matado a miles de personas en la Guerra Mundial".

A mediados de 1982, ya en la distancia Claudina C. supo que doña Guelly había muerto. A principios de enero de 1983 se enteró de que la casa de Cala Cala fue tomada por fuerzas policiales. Volvió a ver también a su exempleador, pero en las pantallas de televisión. Klaus Barbie, exjefe de las SS, era trasladado a Francia en calidad de prisionero.

Hoy, casi octogenaria, Claudina hace gala de su aire solemne y amables modales. Recuerda a la pujante mujer trigueña que conquistó el afecto de los Altmann. Ofrece preparar refinadas combinaciones de puré de manzanas que aprendió de Guelly.

Eventualmente acepta recordar con sus hijos aquel agitado tiempo con los Altmann o, mejor dicho los Barbie, tiempo en el que el país era conmovido por la represión, las torturas sistemáticas y el crimen político furtivo.

En el momento menos pensando la familia de Claudina se toparía con otro eslabón de las huellas que había dejado "don Klaus".

En 1986, Margarita la hija mayor de Claudina, emigró a la ciudad de Rosario (Argentina). Sus estudios de normalista le permitieron ser contratada por una empresa dedicada al soporte pedagógico. Al cabo de un tiempo, los dueños le contaron que habían inmigrado desde Europa en los años 40.

En 1987, desde Lyon se informó sobre la condena de Klaus Barbie a cadena perpetua y los jefes de la empresa pedagógica le revelaron a Margarita que por él habían huido cinco décadas atrás.

Pese a todo, Claudina dice que reza allí donde las hermanas la recomendaron con los Altmann. Advierte, llevándose un dedo a los labios, que "hay cosas de las que no se deben hablar y, en especial, de los muertos".

¿Quién era Klaus Barbie?

Klaus Barbie Altmann (Bad Godesberg, Alemania; 25 de octubre de 1913 - Lyon, Francia; 25 de septiembre de 1991) fue un alto oficial de las SS y de la Gestapo durante el régimen nazi, que estuvo involucrado en numerosos crímenes de guerra y contra la humanidad durante la Segunda Guerra Mundial, especialmente en Francia.

Salvado de la detención por los servicios secretos estadounidenses y las Ratlines, con los que Barbie colaboró, pasó posteriormente a Bolivia. Al igual que Mengele se escondió en Brasil y Eduard Roshmann lo hizo en Paraguay, él escogió Sudamérica, dada la falta de infraestructura institucional que permitía cierto margen de maniobra a individuos con tales antecedentes.

[Fuente: Por Rafael Sagárnaga. El País, Tarija, 18oct14]

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