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27sep20
El país que tenemos
Opinadores y analistas ligad@s, de una u otra forma, a las élites socioeconómicas, a las clases medias urbanas tradicionales y a los partidos de la derecha, han hecho públicos artículos y comentarios sobre las causas de unos resultados electorales que no esperaban. En general, dan vueltas y vueltas en su laberinto.
La mayoría de esta intelectualidad argumenta causas poco convincentes: que el antimasismo no se presentó en un frente unido, cuando saben que la suma de sus candidaturas no hubiera ganado, o que Carlos Mesa no se acercó a pasear las calles de los barrios populares, como si los votantes fueran tan tontos que cambiarían su voto por el beso forzado a algún bebé.
Si no hay análisis rigurosos y claros es porque las élites socioeconómicas, las clases medias tradicionales, los partidos de las derechas y todos sus intelectuales no son capaces de mirar a su país de frente, de reconocer su estructura social, económica y cultural.
Desde un punto de vista estructural, hay dos factores fundamentales que explican lo que está ocurriendo.
Primer factor. Bolivia es un país extremadamente peculiar, es uno de los países del mundo con mayor cantidad de población en situación de pobreza y con un índice de desigualdad socioeconómica más alto. Según Index Mundi, en 2005 la población bajo el nivel de pobreza era del 62%, la mitad en pobreza extrema. El índice GINI, que mide la desigualdad social y económica, estaba entonces en torno a 58, uno de los más altos del mundo. Para entender la magnitud de estos datos: si se mantuvieran estas cifras, Bolivia estaría hoy entre los 5 países del mundo con mayor desigualdad y entre los 10 con mayor índice de pobreza.
Los años de gobierno de Evo Morales, aún con todos sus errores, sirvieron para suavizar esta situación. Pero está muy lejos de solucionarse. Antes de octubre de 2019, el índice GINI de desigualdad estaba en torno a 45 y la población bajo el umbral de la pobreza en torno al 38%. De esta manera, en el globo, Bolivia estaría entre el puesto 30 y 40 en el nivel de pobreza y entre el 35 y el 45 en el grado de desigualdad. Diferentes fuentes y sus datos pueden variar algo, pero en esencia reflejarán la misma realidad.
En Bolivia hay un porcentaje altísimo de pobreza no porque sea un país especialmente pobre, sino porque es un país profundamente desigual e injusto. Los analistas pasan por alto este factor porque son las clases altas y las clases medias tradicionales las que han decidido que el país sea así. Porque ellas han dirigido y moldeado Bolivia a lo largo de casi toda su historia y han acumulado privilegios a costa de mantener en la pobreza a la mayor parte de la población.
Dicen que la reducción de la pobreza y la desigualdad en época de Evo Morales se debe a una buena coyuntura internacional para las materias primas, pero los gobiernos surgidos de las clases sociales hegemónicas nunca hicieron descender la pobreza ni la desigualdad, de manera significativa, fuera la coyuntura económica buena o mala.
El segundo factor estructural se encuentra en la organización política y cultural de las clases populares. Han sido capaces de articularse políticamente como en muy pocos otros países ha sucedido. La fuerza de los movimientos sociales, el arraigo de la solidaridad y el comunitarismo, la conciencia de su identidad social y cultural y de sus objetivos históricos, la vivencia de la desigualdad y de la injusticia. Todos ellos son factores que han desembocado en la creación de un instrumento político. Si este instrumento político no se distancia de sus bases, es muy complicado que, dada la estructura social del país, pierda elecciones.
A las clases altas y las clases medias tradicionales les toca decidir entre intentar acabar con ese instrumento político por cualquier medio, desde usar la fuerza hasta asimilar a sus líderes, o llegar a un pacto histórico que dirija a Bolivia hacia otro modelo social, más justo, más equitativo y más humano, pero deben ceder una parte de sus privilegios.
[Fuente: Por Drina Ergueta, Página Siete, La Paz, 27oct20]
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