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21may17
żLlegó la crisis?
En 2006, cuando Evo Morales arrasaba en las ánforas y asumía el poder, el "portavoz" de la economía usaba un tono didáctico, amable, incluso humilde.
Era Luis Arce Catacora, forjado economista en las aulas de la UMSA y en uno de esos oscuros pisos altos del Banco Central de Bolivia (BCB) de la era neoliberal. Con el paso de los años, Arce Catacora se fue sintiendo más cómodo. Los precios internacionales subían como la espuma y con ellos, los recursos en Bolivia.
En esas, el Ministro fue asumiendo una imagen de gurú, de pre claro, de persona capaz de anteceder el futuro, de tomar medidas eficientes y a la par, populistas, tan en el tono de la efervescencia continental. Arce Catacora se fue poniendo cada vez más a la derecha de Álvaro García Linera. A su cobijo. En esa época era habitual escuchar las felicitaciones del Banco Mundial sobre el manejo de la economía en Bolivia.
En la última parte de ese periodo, el Ministro que ya había convencido a las bases de que entregar bonos era una medida socialista, pergeñó medidas como el doble aguinaldo, que premiaba a los asalariados mejor pagados y castigaba al grueso con la inflación, que como es sabido, trabaja en la informalidad o es cuentapropista. También en ese periodo el Ministro se alejó del pragmatismo para recomendar los incrementos salariales cada vez menos próximos a la inflación real e hizo de la contratación formal, sobre todo de jóvenes y peor, mujeres jóvenes, una misión cuasi imposible en la empresa privada.
Cuando llegó 2014 y el petróleo empezó a caer en picado, el Ministro Luis Alberto Arce Catacora optó por la negación en unos casos y por el "esto ya lo hemos vivido en 2009" en otros. En el manual, repetir hasta la saciedad que Bolivia no dependía de los ingresos externos sino que el motor de la economía era el consumo interno. Arce Catacora juraba que la caída iba a ser momentánea, pasajera y a quien le consultaba por las proyecciones, o por el disparatado presupuesto de 2015 con el barril cotizado en 85, aseguraba que el segundo semestre iba a ser mejor.
En este último tiempo, el Ministro Arce Catacora asumió un rol directamente agresivo, desafiante. Datos por millón en una mano, sorna y burlas en la otra. El barril de petróleo no sube y apenas se ha logrado frenar la sangría aprobando el recorte de producción que se verá prorrogado indefinidamente hasta que alguien haga algo en el mercado mundial. Y de repente, el modelo Económico Social Productivo Comunitario que patentó el Ministro se resfrió.
De aquellos polvos
"El consumo interno" era el mantra, pero los datos revelan que las importaciones de productos están disparadas y que la balanza comercial está desmesuradamente pendiente de la venta del gas, de lo contrario es debacle. En términos llanos, que los bonos, dobles aguinaldos, etc. se fueron a comprar mercadería china, cuando no de contrabando.
Más sangrante es que el 73 por ciento de las licitaciones públicas internacionales hayan sido adjudicadas a empresas extranjeras. Más de 6.000 millones de dólares en los últimos años, tal como entraban por la venta de gas se han ido a pagar utilidades a empresas de otros países.
Y todo sin modificar las leyes esenciales del Banco Central de Bolivia, que permite la "expatriación" del dinero de las Reservas Internacionales hacia la gran y opaca banca transnacional a intereses mínimos.
Pese a ello, la práctica se ha extendido exportando liquidez del TGN y hasta permitiendo la exportación del ahorro previsional.
Resulta cada vez más complicado explicar el programa del Movimiento Al Socialismo desde una óptica nacionalista, como originalmente se presentó el partido de Evo Morales a la sociedad, levantando las banderas de la agenda de octubre que esencialmente pedía más respeto y dignidad.
En 11 años la industrialización del gas no ha avanzado y ha llegado al momento decisivo con las reservas al límite y sin liquidez para afrontarla, mientras se han dilapidado cantidad de recursos en gastos superfluos.
Estos lodos
En 2017 Arce Catacora ha bajado el perfil, como si ya nadie contara con él como recambio presidencial llegado el caso. El Ministro de las buenas noticias debe administrar ahora una crisis real no pasajera como la de 2009.
La estrategia comunicativa no ha cambiado esencialmente: solo dar buenas noticias, siempre datos positivos y negar lo contrario. También hablar de antipatriotas.
Ya a finales de 2016 Arce Catacora reconoció en Tarija, quizá en un exceso de verborragia para negar ayuda financiera al departamento, que todas las fuentes de financiación habituales estaban copadas (CAF, BM, BID, UE, etc) y que la bilateral estaba muy complicada. El presupuesto 2017 sí se ajustaba a la prudencia del momento en cuanto al precio del barril, pero no se contaba con el ajuste por los problemas para entregar el volumen acordado.
Empieza a convertirse en incompatible que mientras se asegura que todo es fantástico, el Gobierno a la vez lance un Plan Nacional de Empleo urgente, con especial incidencia en el eje central del país, donde básicamente están los votos y con el que se pretenden crear hasta 60.000 empleos. Resulta paradigmático que mientras el Gobierno hable de mercado interno, el Banco Central tenga que intervenir para poner en circulación 4.000 millones de bolivianos extraordinarios que, tal vez, permitan mover la economía.
Otros expertos temen que esos 4.000 millones acaben también en China, vía compra de productos, o bien se vuelvan a ahorrar, porque en tiempos de incertidumbre, de crisis y de pérdidas de puestos de trabajo, el boliviano común no opta precisamente por invertir ni gastar.
La mora se ha disparado en el eje, las afiliaciones caen, la balanza comercial está absolutamente negativa, el déficit público alcanzará el 8 por ciento y muchos más datos indican que algo real está pasando en la economía boliviana.
Tarija ya no es la única víctima de una administración alegre cuyas medidas contracíclicas apenas sirvieron para maquillar las situaciones en momentos como el actual. Las elecciones están todavía lejos, la tarea no está hecha, es hora de ponerse a gestionar.
El petróleo que no volverá
Si durante la primera década del siglo se aseguraba abiertamente que nunca más se volvería a tener petróleo barato y todo el mundo parecía estar cómodo, o acomodado, a un barril entre los 90 y los 100 dólares, en la década actual estamos viviendo lo contrario.
El fracking, esa técnica no convencional para extraer hidrocarburos perforando rocas horizontalmente, gastando multitud de recursos hídricos y pinchando acuíferos por todo el planeta empezó a explicarse al gran público en más o menos 2010. Los más se tiraron de los pelos por el tema ecológico, otros pocos advirtieron daños al mercado general de un producto que lleva casi medio siglo asegurando que se acaba para sostener precios altos. Y no se acaba.
Estados Unidos se ha empleado a fondo para volver a liderar el mercado con la producción en su propio territorio, y así nos ha ido. Ha logrado desarrollar tecnología que soporta precios en el entorno de los 40 dólares y siguen bajando. El principal consumidor del mundo se ha convertido en autosuficiente y planea exportar. Y ojo, después vendrá China.
Después de todo lo pasado, Bolivia tiene que decidir qué hacer con sus hidrocarburos. Los precios seguirán siendo malos al menos una temporada más, hasta que alguien decida que hay que volverlos a subir. De momento solo se pide ampliar acuerdos de limitación de producción por nueve meses más, que básicamente ha sostenido el precio en 50 dólares pero no ha retornado a los márgenes que se auguraban.
Bolivia ha llegado tarde a la industrialización y está llegando con bombona de oxígeno a una negociación con Brasil para renovar el contrato de exportación que vence en 2019 que no conduce a ningún sitio. La nueva Brasil, neoliberal y pro imperial, no quiere ni oír hablar de salvar las finanzas de uno de los pocos enemigos ideológicos supervivientes que quedan en el continente. En la práctica, Bolivia ni siquiera ha sido capaz de ofrecer el respaldo necesario en forma de reservas para un contrato a largo plazo. Similar situación pasa con Argentina, aunque su contrato no expire hasta 2027.
La paradójica línea comunicativa del Ministerio, que niega la derrota en toda circunstancia, le obliga a justificar una renovación a la baja como si fuera una conquista en lugar de apostar de plano por el mercado interno y la industrialización. Básicamente porque ha llegado tarde. De momento, en el corto plazo, los viejos tiempos no volverán.
Tarija, a por el Plan C
No es seguro que exista. La Gobernación de Tarija apostó primero por un Plan de Rescate Financiero en términos globales, que pedía un financiamiento estatal genérico para cubrir las enormes deudas generadas durante la gestión de Lino Condori por el despilfarro que supone tener 11 cabezas pensantes en 11 subgobernaciones independientes y como resultado de la negligencia y falta de control institucional, que permitió licitaciones y excesos cuando ya el barril de petróleo había empezado su caída hacia el infierno. La Gobernación hablaba de 4.800 millones de bolivianos, el Ministerio de Economía de unos 2.400 millones de bolivianos. En esa discusión se fue todo el año 2016 sin resultados, con empresas quebrando y trabajadores expulsados a la informalidad y el desempleo, reconvertidos en taxistas y cocineros, mientras unos maquillaban cuentas y otros desconfiaban de las verdaderas intenciones.
Finalmente la posibilidad de acuerdo se esfumó por esas cuestiones de egos, políticas y protagonismos. La Gobernación de Tarija no iba a lograr su plan de autogestión sino que debió recurrir puerta por puerta a las soluciones. Estaba claro que la decisión política era hacer sudar tinta. Después de cuatro meses de discusión, con el Gobierno apenas se han viabilizado unos cuantos fideicomisos que incluyen, por ejemplo, demenciales obras deportivas en municipios y provincias afines al Movimiento Al Socialismo.
Mientras eso pasaba, decenas de empresas esperaban con la soga al cuello. La mayoría de ellas optaron por saltar al vacío. Algunas se han ido a buscar la vida a otros departamentos. Algunas van remando como pueden, con facturas enormes adeudadas por el poder político, el mismo que esta semana pasada viabilizaba una Ley, y luego paralizaba, que entre otras cosas permitía colectivizar las empresas que tuvieran deudas por tres meses.
El Plan B pretendía acceder a un crédito en la banca privada, de 700 millones de bolivianos a un interés del 6 por ciento máximo, que permitiera pagar 140 proyectos ya culminados y avanzar otros tantos ya de por sí muy avanzados. Han pasado cinco meses y medio y por el momento no se esperan soluciones. Todo parece indicar que se ha alcanzado una nueva vía muerta que ni unos ni otros quieren explicar con detenimiento. La capacidad de endeudamiento de Tarija cayó de 700 millones de dólares a 340 en apenas dos años, básicamente por la caída de los precios de los hidrocarburos.
Sin embargo podría irse a cero con San Antonio y San Alberto en las últimas, Margarita de aquellas maneras, con YPFB incumpliendo contratos y con el Ministerio ocultando las cifras de Reservas Hidrocarburíferas del país.
[Fuente: Por Miguel V. de Torres, La Mano del Moto, El País, Tarija, 21may17]
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