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13ago06


Nido de espías.


Jaime Stiuso, Horacio Garnica, El Gordo Miguel. Ninguno de estos nombres es real. Encubren a los principales agentes secretos de la Argentina. Usan esos nombres para moverse entre nosotros, manejan autos con patentes adulteradas, tienen armas que no registran en ningún lado, apenas rinden cuentas de sus gastos.Stiuso, Garnica, Miguel usan esos nombres para cobrar el sueldo, para comunicarse con sus contactos de la CIA, para firmar documentos oficiales, participar de tiroteos, interferir computadoras, colocar cámaras ocultas, escuchar teléfonos de vecinos que ni se imaginan que pueden estar siendo espiados. Lo hacen hoy y lo harán mañana, como lo vienen haciendo, ellos y otros, desde hace 60 años.

El aniversario no será motivo de festejos ni de anuncios, porque la SIDE, dicen, no debe ser noticia jamás. Pero está cumpliendo años. Desde 1946 está al servicio del Presidente de la Nación. Para él trabajan los Stiuso, los Garnica, los Miguel. Así fue el primer día y el objetivo de la misión se mantuvo intacta hasta ahora: debe mantener informado al Presidente de sus posibles enemigos, anticiparle los escollos que deberá enfrentar y, en lo posible, bloquearlos.

Para cumplir con su misión, la SIDE tiene sus reglas. La primera es el secreto. Nada de lo que hacen debe salir en los diarios o revistas. Pero claro, guardar secretos se hace cada vez más difícil y también a ellos. Hoy los habitantes de La Casa –como la llaman–, son algo más de 2.500. La mayoría, empleados administrativos, ordenanzas, personal de limpieza. Apenas unos 500 se dedican a espiar. Suelen ser hombres. Y no hay forma de diferenciarlos de cualquier otro vecino: están listos para camuflarse en una oficina pública, en una marcha de protesta, en una empresa o en un partido político. Las principales herramientas de trabajo de los espías son el dinero con el que pagan informantes y la tecnología, con la que consiguen información sin pagar. Tienen de todo: scaners para leer faxes, micrófonos a distancia, cámaras ocultas diminutas, aparatos para intervenir teléfonos, correos electrónicos y handys.

Los decretos fueron regulando a la SIDE a través de los años. Entre 1946 y hasta la sanción de laley de Inteligencia de 2001, le adjudicaron el rol de tener informado al Presidente de todo aquello que pueda atentar contra los intereses de la Nación. Pero, ¿cuáles han sido esos intereses?¿Quiénes son los enemigos de la Nación? Los intérpretes han sido muchos, han sido opuestos, han sido bien argentinos. Y los enemigos, por eso, han cambiado tantas veces como el país. Lo fueron los antiperonistas, los peronistas, más tarde el comunismo, en los setenta la guerrilla, luego los militares, otra vez los peronistas, otra vez los radicales, finalmente los opositores de turno, piqueteros, terroristas, amantes, ministros, vecinos irritados. Una esquizofrenia pura ha guiado los destinos de la SIDE, cuya historia es también la historia oculta de la Argentina.

Los primeros objetivos fueron los antiperonistas, porque fue el general Juan Domingo Perón, en junio de 1946, el que inventó el primer cuerpo de espías e informantes al servicio del Presidente. Era una moda de la época. Acababa de terminar la Segunda Guerra Mundial y los países victoriosos creaban servicios de espionaje para anticiparse al mundo que venía. La CIA –creada un año antes– y el MI-5 inglés fueron los inspiradores de Perón, que aspiraba a tener una policía secreta capaz de detectar con rapidez a sus enemigos internos.

Perón creó por decreto lo que llamó la secretaría de Coordinación de Informaciones del Estado, con las siglas CIDE, primer antecedente de la SIDE. Todavía no tenía estructura fija ni sede estable. Sus agentes leían los artículos periodísticos, apuntaban información que llevaban a Casa de Gobierno los sindicalistas y los militares aliados a Perón. Durante ocho años la CIDE alternó cobijo dentro del Consejo de Guerra, en la Secretaría de Medios, más tarde en la Policía Federal. Recién en 1956,con la Revolución Libertadora, empezó a parecerse a lo que es hoy. El gobierno militar de Pedro Aramburu creó, también por decreto, la Secretaría de Informaciones del Estado. Entonces sí, instaló a casi 200 hombres en un lujoso edificio de 25 de Mayo y Rivadavia, a 60 metros de la Casa Rosada. El edificio había pertenecido a la familia de los Martínez de Hoz y nunca dejó de ser la sede del espionaje. Allí está, como hace cincuenta años, aunque ahora luce vidrios espejados para que la gente no vea hacia el interior de la planta baja, donde viejas computadoras Red Bull acumulan información sobre miles y miles de argentinos. Cualquiera puede estar en los archivos de la SIDE.

El Origen de la mala fama

Durante la Revolución Libertadora, la SIDE empezó a ganarse su mala fama. En 1958,el Congreso debatió durante días si era conveniente tener un servicio de espionaje presidencial. Los planteos respondieron a una investigación que habían hechos algunos legisladores y periodistas, en especial el escritor Rodolfo Walsh, sobre el asesinato de un prestigioso abogado, Marcos Satanowsky, víctima de un grupo de agentes de La Casa .No faltaba mucho para que la SIDE fuera acusada de intentar matar, al menos dos veces, a Perón en su exilio. Una en Paraguay, el primer destierro del General, cuando quisieron envenenarle la comida. La otra en Venezuela, donde alcanzaron a dinamitarle el auto.

A diferencia de los servicios de inteligencia de las fuerzas armadas, se suponía que la SIDE no tenía poder represivo y trabajaba sólo a pedido del Presidente. Su dependencia directa del gobernante de turno obligaba a los agentes a cambiar de objetivos todo el tiempo. Primero los antiperonistas, luego los peronistas. En la década del sesenta, la SIDE se fue adecuando a lo que pretendían los más poderosos aparatos de inteligencia de Occidente. Los agentes, reclutados de las Fuerzas Armadas o elegidos entre estudiantes universitarios, eran premiados con viajes a EE.UU. o al servicio secreto de Israel, el Mossad, donde les enseñaban lo malos que eran los países soviéticos y los entrenaban en seguimientos personales.

La SIDE trabajaba para el Presidente, pero también recibía pedidos de las agencias amigas. Encargos de la CIA apuntaban a funcionarios de las embajadas de países comunistas, pero también a blancos más curiosos, como el elenco del Circo de Moscú que se presentaba en Buenos Aires. Los agentes se ocupaban de controlar a los actores, de tomarles fotos y, en alguna ocasión les arruinaron el show, lanzando sobre el escenario bombas de olor nauseabundo. Más rutinario era el seguimiento sobre los argentinos afiliados al Partido Comunista, a quienes les robaban las cartas en la temible sección de Control Postal que funcionaba en el décimo piso del edificio del Correo Central, o les infiltraban agentes les tomaban fotos mientras planeaban cambiar el mundo en los bares de la avenida Corrientes. Esos seguimientos tuvieron "sustento " formal en agosto de 1967, cuando el presidente de facto Juan Carlos Onganía dictó la ley de Defensa contra el Comunismo, que facultó a la SIDE a calificar a personas de motivación comunista, "pecado " castigado con penas de uno a ocho años de cárcel. Durante el primer año de la ley anticomunista, la SIDE llegó a encarcelar a cuarenta personas.

En aquellos tiempos, mientras perseguidores y perseguidos iban perdiendo la inocencia, la SIDE recibió el nombre de Secretaría de Inteligencia del Estado, se crearon las primeras oficinas de escuchas telefónicas y las carpetas de antecedentes sobre los argentinos "peligrosos" se multiplicaron. Poco después empezaron a comprarse bases secretas en Capital. La primera de importancia se ubicó en la calle Billinghurst, a metros de la avenida Santa Fe, en un enorme edificio que aún funciona como tal. En pocos años más, las bases serían más de treinta, además de delegaciones en cada una de las provincias. Las bases servían –y sirven– como oficinas administrativas, pero también como cuevas para hacer inteligencia, seguir objetivos, escuchar teléfonos en forma ilegal o, pocos años después, en plena dictadura, para preparar secuestros y asesinatos.

Cabeza del plan Condor

La década del setenta se cargó de sangre y pólvora. También en la SIDE, que ya contaba con 700 empleados y se convertía en la cabecera del Plan Cóndor, como se conoció al plan de exterminio coordinado entre las dictaduras del sur del continente, bajo la mirada atenta de la CIA. En aquellos años ingresaron a La Casa muchos de los agentes que hoy la dirigen. Jaime Stiuso, Horacio Garnica y El Gordo Miguel eran muchachos cuando la SIDE montó el centro clandestino de detención del Plan Cóndor en un taller mecánico de Floresta. "Automotores Orletti", decía un cartel en la puerta de Venancio Flores 3519. Allí se torturó y asesinó a unas 300 personas, en su mayoría uruguayos, chilenos y paraguayos, aunque también pasaron muchos argentinos: algunos sólo por unas horas, como el actor Luis Brandoni. Allí se expropiaron bebés y se robaron fortunas a los desaparecidos, con las que se compraron más bases secretas. Una de esas bases todavía funciona, en la avenida Coronel Díaz, frente al shopping Alto Palermo. Es un edificio de tres plantas, sin carteles ni banderas ni nada que lo identifique. Hay sangre en sus cimientos.

La derrota en la Guerra de Malvinas acabó con la cacería humana de la dictadura. Con el retorno democrático, la SIDE incorporó a cientos de militantes del radicalismo que llegaba para gobernar y destruir, en lo posible, al pasado reciente. Los carapintadas, los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas y los represores reciclados en distintos organismos del Estado, fueron los objetivos de esos años. La decadencia final del gobierno radical llevó a la SIDE a dirigir una campaña antiperonista, que incluyó desde el pago de avisos en contra de los candidatos peronistas, hasta el espionaje telefónico sobre el comité de campaña de Menem. Las patotas de La Casa estaban listas para todo e infiltrar marchas sindicales era habitual en esos años de hiperinflación. La más famosa acabó con la destrucción de un local de Modart, cerca de Plaza de Mayo. Fue uno de los primeros saqueos populares de esos tiempos.

Los Dorados Noventa

La década del noventa fue dorada para los espías. A espaldas de la sociedad, los agentes fueron ganando terreno en ámbitos que jamás habían imaginado, mientras los fondos secretos de La Casa se hacían más abultados. El nuevo jefe, Hugo Anzorreguy, logró convencer a los jueces de que la SIDE podía colaborar en investigaciones policiales, perseguir delincuentes comunes, rastrear narcotraficantes. La conquista de nuevos espacios de acción coincidió con una impresionante avanzada en la tecnología y un hecho que cambiaría la historia de la SIDE. El 18 de julio de 1994, un atentado terrorista destruyó la sede de la AMIA, la principal mutual judía del país, y terminó de despertar a los espías de cara al mundo globalizado. De ahí en más todo cambió. Sin olvidar a sus enemigos internos, la SIDE empezó a leer dialectos árabes, a intercambiar información con los servicios de todo el planeta, se incorporaron detectores de mentira para interrogar sospechosos, se compraron aparatos para interceptar correos electrónicos y hasta comunicaciones satelitales. Y la privatización de ENTEL, en el primer gobierno de Menem, le permitió hacerse del control de las intervenciones telefónicas oficiales.

Los fondos de la SIDE fueron siempre secretos y nunca se rindió cuenta de ellos. En los noventa se pagaron sobresueldos a funcionarios, se financiaron campañas, se pagaron 400 mil dólares al principal sospechoso del atentado a la AMIA para buscar una solución al caso, sin importar que fuera falsa.

Durante el gobierno de Fernando De la Rúa, una supuesta coima de 5 millones de dólares a senadores volvió a poner a La Casa y a sus fondos en el centro de las sospechas. ¿Era la SIDE la culpable de todos los males? Los cuestionamientos habían comenzado en 1958, en los tiempos del caso Satanowsky, y nunca se detuvieron. Pero nada pudo con La Casa .

La crisis de 2001 halló a los agentes infiltrados en marchas piqueteras y asambleas barriales. Las movilizaciones a la Plaza de Mayo empezaron a ser filmadas, hasta hoy, mientras Jaime Stiuso, Horacio Garnica y El Gordo Miguel ganaban la gracia presidencial investigando secuestros extorsivos, como el de Axel Blumberg, y multiplicando carpetas de antecedentes, de las que no se salvaron ni enemigos políticos ni ministros.

La SIDE de hoy, como la de hace sesenta años, sigue siendo la Policía secreta del Presidente. Para lo que guste mandar. Con la mira en los objetivos de hoy, que serán distintos a los de mañana. Detrás de los nombres supuestos, de los Stiuso, Garnica o Miguel, se esconde un país muy, pero muy real.

[Fuente: Clarin, Bs As, Arg, 13ago06]

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