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27jul09
La caja de Moyano
Después del reciente desastre electoral del oficialismo, nuestro país debería estar encaminándose al cierre, lo más ordenadamente posible, de una etapa política signada por la densa opacidad en el andar gubernamental, derivada de una sistemática violación grosera de la ley y de la ausencia de pautas éticas y morales en muchos aspectos de la gestión pública.
Eso aún no sucede. Quizá porque las señales que emitieron las urnas no se quieren advertir. Quizá porque el poder político, cuando se ejerce sin límites, se vuelve un elixir que no sólo embriaga, sino que genera adicción. Seguimos presenciando un gobierno que actúa constantemente como si no tuviera conciencia de lo que ocurre ni límites. Que actúa sin entender que la autoridad cabal proviene de una relación cívica entre mandantes y mandatarios, y no es un cheque en blanco con el que se puede privatizar lo público y confiscar lo privado.
Una suerte de egocracia , como extraña forma de gobierno, se ha apoderado de todo y pretende persistir como tal. En su derredor crecieron, como cabía esperar, la obsecuencia, la adulación y la sumisión. También el abuso de poder, como constante. Y la corrupción y la mentira como pauta de conducta. Por ello no sorprende que hayamos extraviado la moderación y desterrado la sobriedad republicana. Se continúa privilegiando a quienes el poder cree que son el respaldo indispensable que necesita para permanecer protegido por la atmósfera de impunidad que construyó en su derredor.
El caso del sindicalista Hugo Moyano es tan paradigmático como alarmante. Por eso no debe silenciarse. El líder de los camioneros sabe cómo, con la complicidad del poder, se puede tener amenazada y de rehén a la sociedad argentina. Además, ha aprendido a sacar el máximo provecho posible de cada instancia de debilidad de los gobernantes de turno. Como consecuencia de ello, ha adquirido una preponderancia anormal y controladora de una caja dotada de recursos casi ilimitados, con la que ejerce influencias tan desmedidas como peligrosas en el escenario nacional.
Consiguió recuperar recientemente el control de la Administración de Programas Especiales (APE) que había perdido por apenas algunas horas. Para ello se destituyó de un soplo a Mario Koltan, un hombre nombrado por el flamante ministro de Salud de la Nación, que había anunciado su deseo de "transparentar la APE". De ese modo, Moyano recobró el manejo de más de mil millones de pesos anuales.
En paralelo, instaló a uno de los suyos, el joven abogado Mariano Recalde, en el timón de Aerolíneas Argentinas, empresa que sobrevive con los subsidios del Estado. Así, Moyano enfrentó fortalecido un aparente complot sindical urdido para debilitarlo y desplazarlo de la conducción cegetista.
Según apreciaciones periodísticas, mantener la fidelidad de Moyano le costaría al gobierno nacional, esto es, a todos los argentinos, unos 2520 millones de pesos anuales, que podrían gastarse ciertamente con mucho mejor destino.
Las cajas que directa o indirectamente controlaría Moyano sumarían, a su vez, unos 4500 millones de pesos anuales. Ellas tienen que ver no sólo con Aerolíneas Argentinas. También con la mencionada APE; el Ferrocarril Belgrano Cargas; el Régimen de Fomento de la Profesionalización del Transporte de Cargas, la Licencia Nacional Habilitante, que debe renovarse anualmente, de manera de proveer un flujo de ingresos constante, y el peaje derivado del enorme movimiento de los contenedores en el Puerto de Buenos Aires.
Queda visto que la derrota electoral del oficialismo no afectó aún el poder del líder camionero y de su dinastía familiar. Su manejo personalista puso a la CGT al borde de una fractura, evitada momentáneamente porque el Gobierno lo instó a mostrarse conciliador con el sector de los "Gordos", relegado por Moyano.
Este hombre hoy controla en el país el transporte terrestre, parte del fluvial y del ferrocarril, y ahora sumó el aéreo. Un control monopólico del que ha dado reiteradísimas pruebas de abusar, incluso utilizando la fuerza de su condición de posición dominante.
Una jefatura sindical y política de esa índole es reflejo de un estado de cosas en el país que es necesario que cambie antes de que sea demasiado tarde.
[Fuente: La Nación, Editorial, Bs As, 26jul09]
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