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11dic01


La crisis terminal no se resuelve dolarizando ni devaluando. Hay que abandonar la ficción de la convertibilidad y mantener el control de cambios.

Por Aldo Ferrer. Profesor titular consulto, UBA.


En el futuro, cuando los historiadores expliquen la evolución de la economía argentina en el último tramo del siglo XX y principios del XXI, probablemente encontrarán que las medidas dispuestas por el ministro Cavallo el 1ø de diciembre último cierran un ciclo inaugurado por el ministro Martínez de Hoz el 2 de abril de 1976.

Esta última fecha corresponde al anuncio del programa económico que instaló en la Argentina la visión fundamentalista de la globalización. Según la misma, el mercado es árbitro omnímodo de la asignación de recursos y la distribución del ingreso y el Estado, mero garante del orden público y del ejercicio irrestricto de las expectativas racionales de los actores económicos.

En tales condiciones, un país como el nuestro sólo puede realizar políticas adaptativas a los criterios de los mercados y debe renunciar a toda fantasía de construir su propio destino en el mundo global. Cualquier desvío de este realismo periférico culminaría con el desorden, el desempleo y la pobreza.

Veintincinco años después, el país vive, en efecto, el peor cuarto de siglo de su historia económica, con desempleo y pobreza sin precedentes, endeudado al límite de la insolvencia y

con sus principales recursos transferidos a titulares no residentes. Pero no por desoír los consejos del neoliberalismo sino, precisamente, por haberlos ejecutado a rajatabla. La situación es tal que ni siquiera los bancos pueden cumplir normalmente con sus funciones propias, ni los depositantes disponer de sus fondos.

RESPUESTAS ERRADAS A LA GLOBALIZACIÓN.

Esto no es consecuencia del ataque de buitres especuladores. Las aves de rapiña sólo atacan presas indefensas y, en las finanzas, a los países en situación vulnerable. La cuestión es, por lo tanto, entender cómo hemos llegado a la situación actual.

La crisis radica en las pésimas respuestas a la globalización: paridad sobrevaluada, apertura indiscriminada, desnacionalización masiva, parálisis de la política económica en un mundo en que todas las variables cambian. Esto destruyó la competitividad de la economía argentina y buena parte del tejido industrial, deprimió el ahorro y generó un déficit gigantesco de los pagos internacionales.

El Estado instrumentó políticas para generar enormes rentas especulativas, desfinanciar el presupuesto y sostener la peor de las corrupciones: dilapidar a comisión el patrimonio argentino y empobrecer a la mayoría.

Las decisiones del 1ø de diciembre ratifican que, contrariamente a la prédica neoliberal, el Estado conserva un poder decisivo. Tanto como para reimponer el control de cambios, regular las tasas de interés y fijar límites a la disposición del dinero de la población. Como sabíamos desde hace mucho, la convertibilidad no sobrevivía una corrida bancaria y la fuga masiva de capitales.

Las medidas recientes demuelen los mitos neoliberales de la intangibilidad de los mercados y la impotencia del Estado para fijar los marcos regulatorios, arbitrar conflictos y defender el interés general. Puede, como acaba de hacerlo, imponer el control de cambios y también, por ejemplo, desindexar las tarifas de los servicios públicos, renegociar la deuda pública, promover la competencia e inducir a las filiales de corporaciones transnacionales a reinvertir sus ganancias y a abastecerse de insumos y conocimientos dentro de nuestro país.

Las decisiones últimas reinstalan el poder decisorio del Estado pero no resuelven la crisis terminal del modelo. La política económica sigue siendo la misma del 2 de abril de 1976.

La crisis no se resuelve dolarizando ni devaluando porque, en cualquier caso, las reservas del Banco Central representan alrededor del 20% del circulante y los depósitos. Como lo demuestra la experiencia de los últimos días, no existe posibilidad alguna de convertir, para el conjunto del sistema, activos virtuales denominados en dólares en dólares reales.

A menos que un apoyo masivo externo, improbable, restablezca la confianza y evite la corrida bancaria y la fuga de capitales. La suposición de que la extranjerización de la mayor parte del sistema bancario lo consolidaba es otra fantasía: ninguna matriz banca una corrida contra su filial argentina.

La actual política económica está reducida a sostener la ficción de la convertibilidad a un costo gigantesco de pérdida de producción, empleo y bienestar. La crisis es terminal y cuanto más se tarde en asumir las consecuencias mayor será el desorden que, a esta altura, es inaguantable. Se ha desmoronado el régimen de contratos en que se sustenta toda economía organizada.

Como acaba de decidir el Gobierno, esta realidad es incompatible con los contratos de deuda y los compromisos de los bancos con sus despositantes. El Estado ya había dejado de cumplir los contratos virtuales con sus servidores y los jubilados. Es preciso recomponer el régimen de contratos sobre bases reales y con el menor costo posible para todas las partes involucradas.

VIVIR CON LO NUESTRO

Para que el Estado pueda resolver la crisis es indispensable abandonar de inmediato la ficción de la convertibilidad y convertir todos los activos y pasivos denominados en dólares en pesos a la paridad actual. Es posible garantizar el poder adquisitivo en moneda nacional de los ahorros de la inmensa mayoría de los depositantes. El Banco Central reasumiría su capacidad de prestamista de última instancia y conductor de la política monetaria. Esto permitiría restablecer de inmediato el funcionamiento pleno del sistema bancario. Mientras dure la emergencia es preciso mantener el control de cambios en la cuenta de capital y liberar en la mayor medida posible las transacciones corrientes. Una renegociación de la deuda bien conducida y aprovechando al máximo las oportunidades que hoy ofrece el contexto externo reduciría los pagos a límites compatibles con los equilibrios del presupuesto y el balance de pagos y la reactivación de la economía.

En el marco de un plan de reactivación de la demanda y la producción, es preciso mantener en equilibrio las cuentas públicas y fortalecer el balance de pagos protegiendo el mercado interno e incentivando las exportaciones. Un ataque masivo contra la evasión fiscal y una reforma tributaria y del sistema previsional que imprima equidad a la tributación permitirían un rápido aumento de la recaudación impositiva.

Los equilibrios macroeconómicos restablecidos permitirían flexibilizar la política cambiaria con la intervención del Banco Central. La evolución del tipo de cambio dependerá del comportamiento de la economía y del Gobierno. En el contexto de la situación existente y de los equilibrios fundamentales del sistema, no cabe esperar ajustes drásticos de la paridad ni de los precios.

El país aprendió mucho de las consecuencias de la convertibilidad pero, también, de los desórdenes del pasado que desembocaron en la hiperinflación, las devaluaciones masivas y la destrucción de la moneda nacional.

Es preciso vivir con lo nuestro y sobre bases responsables de conducción de la economía, trazar la estrategia de movilización del potencial argentino para crecer y asumir nuestro propio destino en el orden global.

Artículo publicado en el Diario Clarín de Buenos Aires el 11 de diciembre de 2001.

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Este documento ha sido publicado el 11dic01 por el Equipo Nizkor y Derechos Human Rights