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25jul05


La fecundidad de las madres.


Hoy estuve en la Iglesia de la Santa Cruz. Estuvimos haciendo memoria, celebrando, elaborando el duelo y, hasta un poco, festejando. Y no voy a contar lo que los noticieros podrán contar, o los diarios transmitir. Voy a dar un pequeño testimonio.

Para empezar, volví totalmente conmocionado. Era todo lo vivido en los ‘70 que una vez más volvía a la memoria; era la muerte y la generosidad de la entrega, eran los ideales y los sueños, era la aberración y la inmensidad de la crueldad. Eran la vida y la muerte que una vez más se encontraban y compartían el tiempo y el espacio.

No pretendo -insisto- narrar, pero sí proponer otra lectura:

En la Biblia, con mucha frecuencia, el mar es morada de demonios. El mar es ámbito de la muerte. Como la noche, o las tinieblas, como las sombras, o el olvido. Y no deja de ser simbólico que el mar no haya querido albergar en su seno a unas madres. La muerte no resiste a la vida. Pero la Pachamama sí quiere recibir su simiente. Y la semilla en tierra da frutos, da vida. Hoy en la Santa Cruz había vida. Hubo llantos, hubo bronca, hubo impotencia, pero hubo la invencible sensación de que la vida estaba allí presente. Sencillamente viva. Y que la muerte, una vez más, había sido vencida con vida. El mar devolvió a quienes no le pertenecen, para que fueran a la tierra. Y los de la noche y la capucha perdieron la fuerza que les brinda la desmemoria y el olvido. Los hijos de la noche quedaron develados porque la verdad se dio a luz.

Como miembro de la Iglesia católica vivo la angustia esquizofrénica de tener en mi “familia” genocidas y mártires, pero festejo que la Santa Cruz (ˇgracias Bernardo! ˇgracias Carlos!) sea albergue de vida ante bendecidores de muerte, sea espacio de verdad ante voces de mentira. Sueño ingenuamente con una Iglesia que -si pretende seriamente la reconciliación- exija con toda su autoridad a sus hijos la verdad, los nombres, los paraderos, dónde están, quiénes fueron, qué apellidos tienen hoy los niños... Sueño, pero temo que nunca lo aprendamos, y se sigan organizando Congresos en Puerto Madero y la Sociedad rural, financiados por sedientos explotadores de sangre humana y comunión diaria, mientras se pretenda que las víctimas no reclamen, no hablen, no tengan memoria.

Hoy vi cientos de caras conocidas, y nos reconocimos en los ojos entre lágrimas y sonrisas, entre cantos y testimonios.

Hace muchos años, un grupo de poderosos adoradores del dinero inventaron que la patria estaba en peligro, que el Jordán de la sangre bañaría purificando uniformados mientras que, por detrás, mezquinamente, empezaba a gestarse un modelo económico de muerte, explotación e injusticia. Hacía falta que miles murieran. Miles que buscaban por diferentes caminos un mañana fraterno, de justicia y vida. Y con la excusa de una subversión apátrida, se subvirtió la justicia y la fraternidad, y se instauró un modelo perverso. Cayeron las dictaduras, algunos cayeron presos, pero no cayó ese modelo económico que sigue desapareciendo niños en la desnutrición, sigue rendido a los pies del fondo monetario y el banco mundial; siguen entregando banderas. Y muertos. Y nos devolvieron a los peores: a los peores sindicalistas, los peores políticos, los peores jueces, para que creamos que las utopías murieron, o desaparecieron con los mejores. Y sigue el mismo modelo impuesto entre plomos y capuchas, siestas y patillas, siguen los vuelos que encapuchan la verdad entregándonos a los usureros internacionales, siguen las torturas del hambre, la desocupación y la injusticia. Por todo eso lucharon nuestros hermanos. Para que cambie. Y hoy, entre memoria, cantos y esperanzas, supimos que con el mar, habían vuelto sueños. Supimos que en la tierra se sembró para la cosecha, y con las tres madres recuperadas, se habían engendrado centenares de hijos.

P. Eduardo de la Serna
Buenos Aires, 25 de julio de 2005

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